¿‘Quo vadis’ Europa?

Si Europa solo avanza en momentos de crisis, como se ha puesto de manifiesto en los últimos 15 años, la oportunidad es inmejorable teniendo en cuenta el exi­gente contexto geopolítico internacional actual. La alternativa es un retorno del avatar hamletiano que ha representa­do a la UE muchas veces a lo largo de su historia.

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12 de junio de 2024
Bandera de la Unión Europea ondeando en Roma. Photo by Antoine Schibler on Unsplash

Las elecciones al Parlamento de este mes de junio se han celebrado en un momento clave para el proceso de construcción europea, teniendo en cuenta los desafíos económicos, políticos y sociales que deberá afrontar nuestro continente en los próximos años. Muchos de estos retos se analizan en el Dossier de este Informe Mensual dedicado al tema. Desde la pérdida de competitividad en un mundo sometido a una reconfiguración de las cadenas de valor y de las relaciones entre bloques económicos, hasta los desafíos financieros que supondrá reforzar una política de defensa en medio de la transición energética, sin olvidar los retos ligados a la ampliación y a la necesidad de reforzar el marco institucional.

Si Europa solo avanza en momentos de crisis, como se ha puesto de manifiesto en los últimos 15 años con los fondos NGEU (COVID) o la supervisión única (crisis financiera), la oportunidad es inmejorable teniendo en cuenta el exigente contexto geopolítico internacional actual. Ese mo­­mento Zeintenwende (punto de inflexión o cambio de era), en expresión utilizada recientemente por Macron y Scholz, debería ser afrontado de forma ambiciosa para asentar los pilares de la unión económica y política para las próximas décadas. La alternativa es vacilar, dudar, retrasar decisiones, un retorno del avatar hamletiano que ha representado muchas veces a lo largo de su historia a la UE, como nos ha recordado Timothy Garton Ash en su excelente Europa. Una historia personal. Y el riesgo de esta inacción es la «muerte de Europa» tal y como la conocemos en la actualidad, como ha puesto de manifiesto en las últimas semanas, no sin cierto dramatismo, el presidente de la República Francesa.

Por tanto, la solución a los retos, como casi siempre, es más, y no menos, Europa. Mantener el ritmo de transferencia de soberanía a las instituciones europeas, aun siendo conscientes de que los avances en la unión fiscal o política se enfrentarán a fuerzas centrífugas de todo tipo, en un mo­­mento en el que la próxima ampliación complicará todo el marco institucional (y financiero). En este contexto, el menú de temas económicos prioritarios para avanzar en la eurozona no es muy diferente al existente antes de las elecciones europeas de 2019: completar la unión bancaria con un fondo de garantía de depósitos europeos, avanzar en la unión de mercados de capitales y la integración de los mercados de servicios, fortalecer el papel del euro como moneda de reserva internacional o crear un activo libre de riesgo europeo. Es cierto que la coyuntura ha sido exigente, retrasando avances en temas estructurales que demandaban un elevado grado de consenso, pero cada vez es más im­­portante cerrar las vías de agua potenciales si se quiere avanzar en la Unión Económica y Monetaria. Mientras, por el horizonte aparece un trilema de política económica, que se deberá abordar a medio plazo, compuesto por tres ejes: nueva política de seguridad y defensa, autonomía estratégica abierta y transición energética. Un enorme reto financiero que obligará a recomponer el marco plurianual de financiación y encajarlo con los límites que puede suponer el nuevo Pacto de Estabilidad, teniendo en cuenta que las arcas europeas están exhaustas tras tener que acomodar los últimos shocks de oferta sufridos en los últimos años, como ponen de manifiesto las ratios actuales de deuda pública en la UE-27 (82,6%) o en la eurozona (89,9%). Por tanto, habrá que afrontar muchos desafíos con un espacio fiscal limitado y con un BCE que deberá adaptar el tamaño de su cartera de deuda pública a un entorno muy diferente al que justificó el intensivo uso de herramientas no convencionales.

Con el análisis de los retos a abordar cubierto con la publi­­ca­­ción de los informes Letta y próximamente el de Draghi (innovación, competitividad, escala, déficit de ahorro, se­­gu­­ridad económica y de defensa, dotación de bienes públicos europeos, etc.) queda ponerse manos a la obra. El grado de ambición de la próxima legislatura determinará el peso de la región en un mundo irreversiblemente abocado a una división en bloques, lo que aumenta el riesgo de no reducir la dependencia en energía o tecnología (chips, IA, etc.) o de mantener el crecimiento en una zona próxima al «estancamiento secular». Los equilibrios políticos en la región no facilitarán la tarea y pueden desembocar en que los próximos avances se realicen a varias velocidades ante las reticencias desde ciertas jurisdicciones a ceder más so­­be­­ranía; mientras tanto, se deberá abordar una nueva am­­pliación con una complejidad nada despreciable, teniendo en cuenta los países involucrados. Puede parecer que hay demasiadas cosas encima de la mesa, pero lo único que no está permitido en la encrucijada a la que se en­­frenta Europa es la parálisis y la complacencia.