Aranceles Trump: ¿un gol en propia meta?
Los aranceles de Trump no servirán para reducir el desequilibrio externo, recuperar los puestos de trabajo en sectores donde hace mucho que EE. UU. perdió sus ventajas competitivas o equilibrar el déficit fiscal. Mientras, el precio a pagar es el retorno a un mundo fragmentado y la desestabilización de la economía mundial.

Los anuncios de subidas tarifarias de la Administración Trump han elevado el arancel medio efectivo que aplica EE. UU. a sus importaciones en más de 20 p. p., hasta niveles máximos del último siglo, aunque la decisión ha quedado suspendida durante 90 días (con la excepción de China), periodo en el que se aplicará un arancel universal del 10%. Además del arbitrario método de cálculo para estimar el arancel país por país (incluidas algunas islas deshabitadas), la decisión no servirá para alcanzar los objetivos de reducir el desequilibrio externo de EE. UU. (tiene su origen en un exceso de inversión sobre el ahorro interno), recuperar los puestos de trabajo en sectores donde EE. UU. perdió hace mucho tiempo sus ventajas competitivas o equilibrar de manera estructural la deficitaria posición fiscal del país. Mientras, el precio a pagar es el retorno a un mundo fragmentado y el incremento exponencial de la incertidumbre sobre el perfil de la política económica y comercial, lo que amenaza con des-estabilizar la economía mundial. Por tanto, estamos ante una decisión que entra dentro de la categoría de los juegos de suma negativa al perjudicar a todos los actores implicados, lo que se traducirá en, como mínimo, un escenario con menor crecimiento global y una mayor inflación en aquellos países que participen en la escalada proteccionista. De momento, el comportamiento de los mercados financieros en los días posteriores a la decisión, con fuertes retrocesos de las bolsas, aumento de la volatilidad y repunte de los spreads de crédito, refleja el potencial desestabilizador de las medidas anunciadas.
No es fácil buscar señales entre el ruido y la disrupción, descubrir orden en el desorden o encontrar algún patrón de comportamiento racional ante decisiones dañinas para todos los agentes involucrados en un juego que, en teoría, debería ser cooperativo, en aras de la máxima eficiencia. Igual que la evolución de las culturas es una búsqueda continua de soluciones de suma positiva a los inevitables problemas que surgen de la convivencia, los avances en el desarrollo económico se cimentan también en juegos de suma positiva, buena parte de los cuales tienen su origen en la explotación de las ventajas competitivas por parte de cada uno de los jugadores en el tablero económico. Si la innovación y la difusión del conocimiento están en el corazón del proceso de crecimiento, parece difícil que, en economías con barreras a la competencia exterior, los factores productivos se asignen de manera óptima a los procesos y sectores punteros, lo que limitará el avance de la productividad y de la renta per cápita (algo en lo que EE. UU. ha sido líder en las últimas décadas). Especialmente en ausencia de un entorno institucional estable, con una buena protección de los derechos de propiedad. Este era el consenso generalizado entre los economistas, al menos hasta el ya famoso Liberation Day.
¿Y a partir de ahora qué? El punto de partida es desafiante, porque dispararse en el pie no suele ser lo más usual cuando hablamos de la política económica de la primera potencia mundial. Entramos en una nueva fase de incertidumbre a nivel global, dado que las medidas anunciadas podrían ser una referencia inicial para una negociación multilateral que nos acerque a un punto de equilibrio menos lesivo o propiciar una escalada de las tensiones comerciales. En el primer escenario, si rápidamente se llega a algún tipo de acuerdo que implique un arancel medio sustancialmente inferior al anunciado inicialmente, los daños colaterales estarían limitados, sobre todo porque bajaría la tensión en el canal financiero y aumentaría la certidumbre de los agentes económicos para tomar decisiones. Pero si se abre un escenario de guerra comercial generalizada, la economía mundial sufrirá un mayor impacto con el riesgo de venir acompañado de un proceso inflacionista. En todo caso, lo que parece claro es que estamos asistiendo a los últimos coletazos del proceso conocido como globalización y la consolidación de tendencias como: fragmentación geopolítica, búsqueda de autonomía estratégica, reconfiguración y reducción de las cadenas de valor y reequilibrio obligado de los modelos de crecimiento demasiado dependientes de la demanda externa (también en esto tiene razón Draghi). Nos puede gustar más o menos, pero lo que ha servido en las últimas décadas (¿modelo alemán?), puede que ya no lo haga en la actualidad. Y la capacidad y flexibilidad de adaptación al nuevo entorno van a determinar el formar parte de los ganadores o perdedores, una vez que después de barajar las cartas lleguemos al nuevo punto de equilibrio mundial. De momento, la respuesta europea (más allá de la negociación comercial pura y dura), parece ir en la dirección correcta, aunque probablemente es insuficiente, teniendo en cuenta el nivel de los desafíos. No va a ser fácil equilibrar estratégicamente las relaciones con EE. UU. y China a corto plazo, sobre todo, sin mejoras en la gobernanza. Mientras tanto, probablemente seguiremos asistiendo a la ceremonia de la confusión, entre fuegos de artificio, días de la liberación y ruido intenso.