Sudáfrica: cómo hacerse un lugar entre los grandes emergentes
El partido del recientemente fallecido Nelson Mandela, el Congreso Nacional Africano (CNA), obtuvo una holgada victoria en las elecciones del pasado 7 de mayo. En consecuencia, Jacob Zuma podrá disfrutar de un segundo mandato como presidente de Sudáfrica. El 62% del voto popular cosechado superó de largo las expectativas, ya que el balance socioeconómico de los primeros cinco años de Zuma presenta logros, pero también importantes lagunas. Su reto en adelante consiste en apuntalar los primeros y remediar las segundas.
Desde el fin del apartheid en 1994, el progreso de Sudáfrica ha sido notable. En términos de crecimiento del PIB, el periodo más fructífero fue el comprendido entre 2000 y 2008. La consecuencia de aquellos buenos años es que el nivel de desarrollo es ahora netamente superior al de sus vecinos (la renta per cápita de Sudáfrica es 4,5 veces el promedio del África subsahariana). De hecho, la nueva Sudáfrica se ganó un lugar destacado en el mapamundi económico, con un PIB que aumentó ininterrumpidamente su peso en el total. Simbólicamente, la inicial de su nombre pasó a formar parte del célebre acrónimo «BRICS». El país tiene el sistema financiero más desarrollado del continente africano, con un mercado de capitales profundo y un sistema bancario bien capitalizado. En conjunto, la calidad institucional es homologable a la de las economías avanzadas de Asia, ofreciendo un marco favorable para la inversión extranjera.
Sin embargo, los desequilibrios procedentes de la era del apartheid y la incapacidad del Gobierno de Zuma para atajarlos acabaron pasando factura. De un crecimiento promedio del 4,2% en 2000-2008 se pasó al 1,9% en 2009-2013. La enorme desigualdad existente es el factor sobre el que pivotan los principales desequilibrios y debilidades del país. Según los indicadores del Banco Mundial, Sudáfrica encabeza los rankings mundiales de desigualdad, por encima de países como Brasil, Chile o Colombia. El fin del apartheid no supuso una mejora en este frente, ya que la desigualdad se perpetúa debido a un sistema educativo ineficaz e ineficiente, un mercado laboral disfuncional (que provoca paro elevado y baja productividad), y un marco regulatorio que entorpece la creación de pequeñas y medianas empresas. Esto es especialmente visible en el sector minero. En 2000, Sudáfrica extraía el 11% y el 75% del oro y platino mundiales, respectivamente. La baja productividad extractiva hizo que estas cifras descendiesen al 3,5% y 72% en 2013. Esta reducción explica una parte importante del deterioro del déficit corriente, además de ser una fuente reiterada de conflictividad. Sin ir más lejos, la reciente huelga durante cuatro meses de 70.000 mineros ha supuesto un parón del 40% en la extracción mundial de platino y 870.000 onzas que han dejado de extraerse (equivalentes al 0,4% del PIB sudafricano).
Afortunadamente, la mejora del entorno económico mundial embellecerá los registros macroeconómicos de Sudáfrica a corto plazo (2014-2015): reactivación del PIB, freno del incremento de la inflación y contención del déficit corriente y de la deuda pública. Es deseable que el Gobierno no caiga en la complacencia, sino que aproveche ese contexto para desencallar las palancas verdaderamente importantes a largo plazo: las reformas educativa y del mercado laboral y la eliminación de trabas a la creación de pymes son condiciones esenciales para capitalizar las evidentes fortalezas que posee Sudáfrica (sistema financiero, instituciones, tamaño de mercado). El país tiene a su alcance convertirse en el centro financiero de una África cada vez más atractiva para los inversores internacionales. La victoria de mayo concede una segunda oportunidad a Jacob Zuma, pero no habrá muchas más.