Cisne negro con corona
Hay eventos que difícilmente se pueden predecir pero que cuando suceden tienen un enorme impacto. Son cisnes negros. A principios de este año, el ataque inesperado de EE. UU. sobre Irán lo podría haber sido, pero, afortunadamente, las tensiones duraron pocos días y el conflicto no escaló. Poco sospechábamos que, en realidad, el cisne negro ya llevaba un tiempo campando a sus anchas en la provincia china de Hubei, capital Wuhan, en forma de virus con corona.
Precisamente, la demora en detectar el brote de coronavirus en Wuhan contribuyó a su rápida propagación por toda la provincia. Las imágenes de hospitales colapsados, retiradas de cadáveres, fábricas paralizadas y calles vacías han provocado un fuerte impacto emocional. Y también han contribuido a alimentar el alarmismo cuando han aparecido brotes del virus en otros países.
Frente a las emociones, sin embargo, es importante contraponer algunos datos. En Hubei, la provincia de casi 60 millones de habitantes en el epicentro de la crisis, el porcentaje de habitantes que se había infectado del coronavirus hasta finales de febrero era de un 0,1% (1 de cada 1.000) y ya hace días que se ha frenado enormemente la tasa de contagios. Para el conjunto de China, la tasa de afectados es muy inferior, del 0,01% (menos de 1 por 10.000). Incluso si dobláramos estas cifras, porque no todos los casos se detectan, estaríamos ante tasas de infección que seguro que están muy por debajo de lo que cree la inmensa mayoría de la gente.
En cuanto a la agresividad del virus, las estimaciones más recientes –publicadas a finales de febrero en la prestigiosa New England Journal of Medicine– apuntan a una tasa de letalidad de alrededor del 1% (estimaciones anteriores la situaban en torno al 2%). Es una cifra alta en comparación con la de la gripe normal (del 0,1%) pero inferior a la del SARS (10%), el MERS (33%) o la gripe aviar (60%). También es importante remarcar que la mortalidad se concentra especialmente en personas mayores o afectadas por enfermedades crónicas. Para la inmensa mayoría, el COVID-19 cursa con una sintomatología similar a la de una gripe.
La situación, seria, merece una respuesta que evite la complacencia pero también el alarmismo. La prioridad, tal y como han declarado las autoridades sanitarias europeas, es la contención de la epidemia y, para ello, serán necesarias distintas medidas en función de la situación. El objetivo es conseguir que los hospitales no se vean desbordados y ganar tiempo para identificar los fármacos que puedan combatir el virus, diseñar una vacuna efectiva y esperar que –crucemos los dedos–, con la llegada de la primavera, descienda la capacidad de contagio del virus. Se debe evitar a toda costa lo que sucedió en Wuhan: una expansión descontrolada de la epidemia que saturó hospitales, lo que dificultó la gestión de la crisis y la atención necesaria a los pacientes más graves. La tardanza en adoptar medidas implicó que, para cuando se tomaron, estas tuvieron que ser draconianas.
Mucho se está hablando también del impacto económico del coronavirus, y analistas y organismos han corrido a efectuar revisiones a sus pronósticos. Ciertamente, la economía mundial crecerá menos de lo que habíamos previsto, pero es prematuro intentar estimar con exactitud cuánto menos. Lo más razonable a estas alturas es dar un rango que, a la fuerza, debe ser amplio y que va desde un coste de muy pocas décimas hasta un impacto más sustancial –quizás de hasta 1 p. p.–. Dependerá fundamentalmente de cuánto se tarde en contener la epidemia y de lo drásticas que deban ser las medidas para conseguirlo. Por otra parte, también será crucial bloquear los posibles canales financieros de contagio con medidas como las inyecciones de liquidez y ayudas fiscales a aquellos sectores que puedan verse más afectados (ayudas que se podrían condicionar, por ejemplo, al mantenimiento del empleo). En cualquier caso, cabe recalcar que nos encontramos ante un shock de carácter temporal que debería durar unos pocos meses y tras los que, seguramente, presenciemos un rebote de la actividad.
Habrá tiempo para extraer lecciones de esta crisis sanitaria pero, de momento, apuntamos dos. Primero, la necesidad de estar mejor preparados ante el riesgo de un futuro virus mucho más letal que el COVID-19 –que nos encuentre, por ejemplo, con reservas estratégicas de material sanitario–. Y segundo, pensemos en los cisnes negros a la hora de planificar. Que nos pillen, en la medida de lo posible, con un colchón de seguridad y sin más deuda de la cuenta.