Eurozona: sin convergencia no hay unión
Para que una unión monetaria sea sostenible, la convergencia económica entre los países que la integran es fundamental. Por ello, es conveniente analizar hasta qué punto se ha producido una convergencia real entre los países de la eurozona durante las últimas décadas y cómo se puede lograr que sea más profunda.
Desde la instauración de los criterios de Maastricht, en 1992, los países de la eurozona experimentaron una cierta convergencia: la diferencia entre el PIB per cápita (en paridad de poder de compra) de los países del núcleo y de la periferia se estrechó (véase el primer gráfico). El proceso fue más acentuado en algunos países, como España, cuyo PIB per cápita pasó del 81,0% del PIB per cápita promedio de la eurozona en 1993 al 95,3% en 2007.
Sin embargo, esta convergencia, que nunca acabó de consolidarse, se empezó a deshacer a partir de la crisis financiera global de 2008. La diferencia entre el PIB per cápita del núcleo y de la periferia se incrementó desde los 11 p. p. en 2007 hasta los 21 p. p. en 2013, puesto que la recesión económica fue más intensa y duradera en la periferia. Desde el pasado año, no obstante, todo indica que esta divergencia entre economías está empezando a remitir, en particular en países como España, que en la actualidad está recuperando parte del terreno perdido durante la crisis y cuyo PIB per cápita podría situarse en el 91,3% del PIB per cápita promedio de la eurozona en 2016. El caso de Italia, que se encuentra al otro lado del espectro, es especialmente crítico, puesto que sufrió un empobrecimiento relativo tanto antes como durante la crisis: de un PIB per cápita un 8% superior a la media de la eurozona en 1993 pasó a un PIB per cápita un 2,6% inferior en 2007. La cifra continuó descendiendo durante la crisis y en 2014 ya era un 8,6% inferior al promedio europeo.
Entre 1990 y 2007, se logró una relativa convergencia entre las economías de la eurozona gracias a una mayor contribución al crecimiento del factor trabajo en los países de la periferia, tanto en términos de la cantidad del empleo (por ejemplo, por el incremento de la participación laboral femenina) como de la calidad (por ejemplo, por el aumento del nivel educativo de los trabajadores). Por otra parte, la contribución del factor capital no relacionado con las tecnologías de la información también fue mayor en la periferia, lo cual contribuyó, asimismo, al catch-up de esos países.1 Sin embargo, la productividad total de los factores (PTF), que mide la eficiencia con la que una economía utiliza los factores productivos, no favoreció el proceso de convergencia, sino todo lo contrario: entre 1990 y 2007, la PTF empeoró en la periferia pero aumentó en el núcleo, una divergencia que se acentuó con la crisis.
En definitiva, la convergencia que se ha producido entre los países de la periferia y los del núcleo durante las últimas décadas ha sido muy limitada. Esta, además, ha tenido lugar gracias a un mayor crecimiento de los factores trabajo y capital en la periferia, por lo que el recorrido a largo plazo es limitado. Al fin y al cabo, para lograr una convergencia duradera entre países, la productividad debe aumentar más en la periferia que en el núcleo. Traducido en acciones concretas, los países rezagados deben mejorar la eficiencia de sus economías adoptando las instituciones, las tecnologías y los métodos de producción de los avanzados, y deben sacar más provecho de las economías de escala que aporta el mercado único. La productividad total de los factores es el elemento clave que determina el crecimiento a largo plazo. Solo un aumento de dicha productividad en la periferia logrará que la convergencia entre países se acentúe y que sea duradera a largo plazo.
1. La contribución al crecimiento de la inversión en capital de las tecnologías de la información ha sido baja tanto en los países del centro como en los de la periferia de la eurozona, lo que explica parte del menor crecimiento de la región en comparación con EE. UU.