¿Aumentará la concienciación medioambiental después de la COVID-19?
Una de las consecuencias positivas de las restricciones a la movilidad para frenar el avance de la COVID-19 ha sido una reducción de más del 5% de las emisiones globales de gases de efecto invernadero (GEI). Sin embargo, para cumplir con el Acuerdo de París y, por consiguiente, limitar el calentamiento del planeta a menos de 2 ºC con respecto a los niveles preindustriales, sería necesario mantener un ritmo de reducción de emisiones similar al de 2020, que obedece a una situación excepcional, durante los próximos años. Habida cuenta de que, en su mayor medida, la reducción de emisiones de 2020 se ha producido a costa de una caída drástica de la actividad económica que ha empeorado las condiciones de vida, es deseable que en adelante sean otros los factores que encabecen la lucha contra el cambio climático.
Estos otros factores no son más que la intensidad energética del PIB (es decir, cuánta energía se consume por cada euro de PIB que se produce en una economía) y cuán contaminante es cada unidad de energía. Los pasos para reducir las emisiones de GEI deben ir encaminados a desanclar el crecimiento económico del consumo de recursos naturales y energéticos y producir una energía menos contaminante. En los últimos años, ambos factores han sido claves para reducir las emisiones de GEI en muchas regiones del mundo y ayudar a contener el aumento de las emisiones a nivel global. ¿Se acelerarán estas dinámicas en el mundo pospandemia de tal manera que a medio plazo logremos cumplir el Acuerdo de París? ¿Provocará la COVID-19 un cambio en las preferencias de los consumidores?
La preocupación por el cambio climático ha ido en aumento en estos últimos años y, tras la irrupción de la COVID-19, no solamente no ha disminuido, sino que ha continuado creciendo. De hecho, el 70% de los participantes en una encuesta global de Ipsos realizada la pasada primavera consideran que el cambio climático es una crisis al menos tan seria como la causada por la COVID-19. Es más, el cambio climático es por segundo año consecutivo la mayor preocupación en el conjunto de países participantes en la encuesta de Pew Research, incluso por delante de la evolución de la pandemia o la situación de la economía global, y el porcentaje de encuestados que la ven como una amenaza ya alcanza el 70% (67% en 2018).1
- 1. En una encuesta del Banco Europeo de Inversiones, más centrada en las amenazas a corto plazo, el reto del cambio climático se encuentra por detrás de la pandemia de la COVID-19 y de la situación económica y financiera.
Si examinamos los detalles de esta encuesta por países, observamos que es en Europa donde la inquietud es mayor: en 7 de los 9 países encuestados es la mayor preocupación, mientras que en los otros dos ocupa el segundo lugar. En EE. UU., en cambio, ocupa el quinto lugar, por detrás de la propagación de enfermedades infecciosas, los ciberataques, el terrorismo y el uso de las armas nucleares. Asimismo, existe una correlación positiva entre los países donde esta preocupación ha aumentado más desde 2018 y el impacto del virus, medido con las muertes por cada 100.000 habitantes.
A causa de la COVID-19, al aumento de la concienciación medioambiental se le ha añadido la percepción de los beneficios de vivir en un mundo menos contaminante. La reducción de la contaminación durante las semanas en las que las medidas de confinamiento fueron más estrictas ha permitido a muchos ciudadanos comprobar de primera mano el aumento de calidad de vida y de bienestar que supone respirar un aire más puro. En este sentido, un estudio realizado en China muestra que, en las ciudades que experimentaron una mayor reducción de la polución del aire durante la oleada de coronavirus de febrero y marzo de 2020, aumentó en mayor medida el interés de los ciudadanos por los temas medioambientales y se aprobaron un mayor número de medidas consideradas como verdes en los meses posteriores.2
- 2. Véase Kahn, M. E. et al. (2020). «Clean Air as an Experience Good in Urban China». National Bureau of Economic Research.
Más allá de los cambios en los patrones de consumo observados durante las semanas en las que la pandemia limitaba la interacción social, la COVID-19 puede ser un catalizador para cambiar algunos patrones de consumo que podrían impactar a medio y largo plazo en el medio ambiente. Por un lado, la mayor percepción del riesgo que supone el cambio climático tras haber vivido la pandemia podría influir en la voluntad de consumir bienes y servicios de una forma más responsable. En particular, los consumidores podrían incrementar sus preferencias por los productos locales, lo que ayudaría a reducir las emisiones generadas por el transporte. Así lo sugiere el resultado de una encuesta realizada en Alemania por Deloitte, en la que el 28% de los participantes aseguran que en el futuro adquirirán productos locales con una frecuencia mayor que la previa a la pandemia, frente al 68% y al 4% que, respectivamente, no cambiarían o reducirían el consumo de productos locales. Sin embargo, aunque sea un paso adelante, algunos estudios detallan que este mayor consumo local tendrá una contribución relativamente modesta a la hora de reducir las emisiones de GEI, ya que la contaminación que genera el transporte en, por ejemplo, la industria alimentaria no es muy elevada.3
Otra transformación de los patrones de consumo que ha acelerado la COVID-19 es un incremento del comercio electrónico o e-commerce, particularmente acusado en el 2T 2020. Una vez se redujeron las restricciones de movilidad, las compras en el sector retail realizadas a través de medios electrónicos se mantuvieron en niveles muy superiores a los observados en 2019, lo que sugiere que la COVID-19 tendrá un efecto persistente en los patrones de consumo.4 Sin embargo, no está claro en qué sentido un eventual aumento del consumo online afectaría a la lucha contra el cambio climático, pues el cambio en las emisiones de GEI dependerá del tipo de entrega de la compra online. Por ejemplo, recibir los productos adquiridos online directamente en casa es más contaminante que el comercio tradicional, puesto que, en el último paso de la cadena de distribución, la entrega del pedido desde el último punto de distribución hasta el comprador (last mile delivery), se produce un desplazamiento en un medio de transporte contaminante. En cambio, un sistema en el cual el reparto se realiza en un punto de recogida centralizado, las emisiones de GEI se reducen con respecto a los dos casos anteriores.5
- 3. Véase Poore, J. y Nemecek, T. (2018). «Reducing food’s environmental impacts through producers and consumers». Science, 360(6392), 987-992.
- 4. Para más detalles, véase el artículo «El despertar del e-commerce en el sector retail» en el IM12/2020.
- 5. Véase Shahmohammadi, S. et al. (2020). «Comparative Greenhouse Gas Footprinting of Online versus Traditional Shopping for Fast-Moving Consumer Goods: A Stochastic Approach». Environmental Science & Technology, 54(6), 3.499-3.509.
Así, la COVID-19 ha ayudado a concienciarnos sobre el cambio climático, lo que abre una ventana de oportunidad para que se consoliden cambios en los patrones de consumo que ayuden a luchar contra este fenómeno. Por otra parte, esta mayor concienciación también ha alcanzado al mundo de las empresas, ya sea por la presión de sus clientes o por la propia concienciación de gestores, accionistas o trabajadores de las propias empresas. Así, la pandemia puede propiciar que las empresas actúen de una forma más sostenible desde el punto de vista medioambiental. Además, se acumula evidencia de que los beneficios económicos no están necesariamente reñidos con un comportamiento responsable: en 2020 las empresas con mejores valoraciones ESG tuvieron un desempeño en bolsa mejor que los índices generales.6 Finalmente, como veremos en el artículo «La recuperación verde» de este mismo Dossier, no hay duda de que la COVID-19 sí que será un catalizador en la lucha contra el cambio climático a través de políticas públicas medioambientales más ambiciosas.
- 6. Un subíndice del S&P 500 que agrupa empresas que cumplen un mínimo de criterios ESG tuvo una rentabilidad un 1,4% superior al índice S&P 500 durante el año pasado. ESG responde a las iniciales en inglés de medioambiental, social y gobernanza.