Consejo Europeo: mucho ruido y pocas nueces
En los dos últimos años se ha abierto en Europa una ventana de oportunidad para avanzar en el proyecto europeo y poder así afrontar mejor los retos presentes y futuros de la Unión. Esta ventana de oportunidad ha surgido por una confluencia de factores. En clave interna, la UE ha logrado consensuar una respuesta común para hacer frente al desafío existencial que supone el brexit. También se ha abierto un escenario más positivo tras la derrota de partidos populistas eurófobos en las elecciones holandesas, la elección de un candidato profundamente europeísta en las francesas y la formación de un gobierno de coalición en Alemania no menos europeísta que el anterior. En clave externa, han surgido desafíos que subrayan la importancia de una mayor coordinación e integración europea en materia de política exterior, defensa y seguridad. Entre ellos, destacan la elección de Trump como presidente de EE. UU., la estrategia desafiante de Rusia o la crisis de refugiados. En este contexto, es preciso preguntarnos cómo está aprovechando Europa esta oportunidad.
Desde la crisis de deuda soberana, ha habido continuas manifestaciones por parte de los principales líderes políticos europeos a favor de seguir avanzando en el proyecto de construcción europea y la necesidad de reforzar la arquitectura de la Unión Monetaria. De hecho, en el último año y medio, la reflexión se ha intensificado y se han publicado diferentes documentos de discusión del proyecto europeo, con iniciativas concretas.1 En este contexto, Francia y Alemania acordaron en junio una serie de propuestas para fortalecer la moneda única ante futuras crisis. Este acuerdo, conocido como la declaración de Meseberg, recogía una visión compartida por ambos países, ponía sobre la mesa el momentum de reforma y sentaba las bases para un acuerdo relativamente ambicioso con el resto de los países.2 Así pues, se llegaba al Consejo Europeo de junio con todos los elementos necesarios para avanzar en la reforma de la UE y la eurozona.
No obstante, en el Consejo de junio, la UE no dio un paso firme al frente, sino un pequeño paso adelante. Concretamente, en materia de reformas de la eurozona, a pesar de que se esperaban decisiones en consonancia con el acuerdo entre Alemania y Francia, no se cumplieron las expectativas y se aplazaron para futuros consejos avances en este frente. En cambio, se volvió a poner sobre la mesa avanzar en la Unión Bancaria, algo que pocos países consideraban hace solo unos meses. Concretamente, se acordó que el Mecanismo de Estabilidad Europeo (MEDE) –el fondo de rescate de la eurozona– ejerza como prestamista de última instancia (backstop) para el Fondo Único de Resolución, en caso de que este se quede sin recursos para resolver entidades bancarias. A pesar de que todavía no se ha detallado su funcionamiento, y de que su dotación3 puede generar dudas en torno a su capacidad real para afrontar futuras crisis sistémicas, dicho backstop constituye un importante elemento estabilizador del sistema bancario de la eurozona y, por ello, representa un paso más hacia la plena Unión Bancaria Europea. También destaca el compromiso, aunque algo débil, de diálogo político para avanzar hacia un seguro de garantía de depósitos común (EDIS), el tercer pilar de la Unión Bancaria Europea.
Por otra parte, la política migratoria fue la gran protagonista por las tensiones políticas en algunos países miembros. Así, los 27 acordaron avanzar hacia una mayor cooperación con países de origen y tránsito, y medidas para limitar la movilidad interna de inmigrantes, como la instalación voluntaria de centros de control (en territorio europeo) para procesar aplicaciones de asilo –aunque ningún país parece estar dispuesto a instalar dichos centros por el momento. En este contexto, y a pesar de ser algo impreciso, el acuerdo del Consejo sirvió para aliviar tensiones, reconocer que la inmigración es un reto «para el conjunto de la UE» y relanzar el debate sobre la necesidad de coordinar de manera efectiva una política migratoria. En este sentido, podemos pensar que las propuestas acordadas suponen un primer paso (aunque lejano) para llegar a consensuar una política común.
En definitiva, parece que la UE avanza, aunque a un ritmo mucho más lento del que debería. De cara a los próximos meses, convendría aprovechar la oportunidad presente y el impulso reformista para seguir avanzando hacia una UE más integrada y una unión monetaria más robusta. En esto último, el foco debería centrarse en terminar de romper el doom loop entre bancos y gobiernos nacionales,4 la implementación de políticas anticíclicas y la mejora del funcionamiento del marco fiscal. Al fin y al cabo, la ventana de oportunidad no permanecerá siempre abierta y las elecciones al Parlamento Europeo de mayo de 2019 ya asoman la cabeza.
1. Entre estos, destaca el «Libro Blanco sobre el Futuro de Europa» (2017) de la Comisión Europea, donde se presentan cinco posibles escenarios de evolución de la Unión.
2. En el acuerdo figuraba, entre otros, la creación de un presupuesto para la eurozona, distinto del de la UE, enfocado a convergencia e inversión; la posibilidad de introducir un seguro de desempleo a nivel europeo, y la transformación del MEDE en un Fondo Monetario Europeo.
3. A falta de más detalle, todo parece indicar que su dotación máxima no podrá superar los 55.000 millones de euros.
4. Para más detalles sobre este vínculo, véase el Focus «El largo camino hacia un activo seguro europeo» en el IM05/2018.