Sesenta años después de los Tratados de Roma
El próximo 25 de marzo, se cumplirán 60 años de la firma de los Tratados de Roma por parte de Alemania Federal, Francia, Italia y los países del Benelux. El más importante de estos tratados constituyó la Comunidad Económica Europea (CEE) para desarrollar un mercado común, una unión aduanera y políticas comunes con la premisa de que, a medida que aumentara la interdependencia económica entre los países, disminuirían las posibilidades de conflicto. La CEE ha ido evolucionando hasta la actual Unión Europea (UE) pero, en un contexto de creciente euroescepticismo, no está de más recordar que su objetivo principal se ha cumplido: la paz entre sus países miembros.
Hoy en día, sin embargo, la UE aspira a mucho más que un futuro pacífico. Aspira a contar con una economía inclusiva, solidaria, sostenible, competitiva y preparada para el futuro; a disponer de mecanismos que ayuden a hacer frente a las consecuencias de la crisis sobre el desempleo o los niveles de deuda pública; a facilitar la lucha contra el terrorismo; a garantizar un marco de libertades, tolerancia e igualdad ante la ley, y a tener una voz fuerte en un mundo cada vez más multipolar, en el que los países europeos ven diluido su peso individual ante el avance de los grandes países emergentes.
Aspira también, y no es menos importante, a ofrecer a los ciudadanos europeos un proyecto que ilusione. Se trata de un reto complejo ante la creciente desafección ciudadana por la política y sus instituciones. Tampoco ayuda la práctica habitual por parte de los gobiernos nacionales de echar la culpa de los problemas a Bruselas y no asumir como propias las decisiones adoptadas conjuntamente en el seno de la UE. En este contexto cabe enmarcar el brexit y el auge de los partidos euroescépticos, con la posibilidad de una victoria en Francia de Marine Le Pen, que califica a la UE de monstruo antidemocrático y propugna la salida de Francia de la Unión y el abandono del euro.
No cabe duda de que la brecha entre estas aspiraciones y los instrumentos y recursos con los que cuenta la UE es enorme. Además, el contexto actual presenta desafíos mayúsculos: las dudas que suscita la globalización, la repercusión de las nuevas tecnologías, el flujo de refugiados, la amenaza terrorista...
En este contexto, el Libro Blanco sobre el futuro de Europa que acaba de publicar la Comisión Europea, «Reflexiones y escenarios para la Europa de los veintisiete en 2025», parece muy oportuno para fomentar un debate informado sobre qué Europa queremos. Un debate en el que, obviamente, se deben implicar el Parlamento europeo, los parlamentos y las autoridades nacionales y regionales, pero que, sobre todo, debe alcanzar a la sociedad civil.
La Comisión ha planteado, a modo ilustrativo, cinco escenarios para 2025 (no son exhaustivos ni mutuamente exclusivos):
- Seguir igual, una opción que seguramente supondría dar una patada hacia delante hasta que las circunstancias –un conflicto suficientemente importante– obligara a la toma de decisiones.
- Concentrarse en el mercado único. No parece una opción real para los países de la eurozona, que deben hacer más, y no menos, para garantizar la integridad de la moneda única.
- Impulsar una UE a dos velocidades. En la práctica, ya estamos instalados en esta opción, con el euro o con Schengen, pero, ciertamente, se podría extender a otros ámbitos.
- Hacer menos pero mejor, concentrándose, por ejemplo, en comercio, seguridad interior, migración, gestión de fronteras y defensa. De nuevo, no parece una opción para los países del euro.
- Hacer mucho más conjuntamente, lo que requeriría avanzar hacia una unión política. Una opción para la que quizás la mayor parte de países todavía no está lista, pero que parece ineludible a largo plazo para los países del euro.
Como dice el propio Libro Blanco, al decidir qué camino tomar, hemos de recordar que a los europeos siempre nos ha ido mejor cuando hemos mantenido nuestra unión, firmeza y confianza en que podemos construir juntos nuestro futuro.