El paciente inglés

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3 de octubre de 2013

Entre los grandes países desarrollados, el Reino Unido es uno de los que está pagando la factura de la recesión más cara. Mientras el PIB de EE. UU. y Alemania ya se encuentra en niveles superiores a los de antes de la crisis, en el Reino Unido todavía se sitúa 3,2 p. p. por debajo. El avance del PIB en 2T 2013, un 0,7% intertrimestral, sorprendió gratamente al alza. Sin embargo, esto no ha conseguido despejar las dudas sobre la capacidad de recuperación de la economía británica.

Así lo entiende el Banco de Inglaterra y, por ello, el 7 de agosto anunció que no subirá los tipos de interés hasta que la tasa de paro, actualmente en el 7,7%, se sitúe por debajo del 7%. La diferencia entre ambas cifras parece pequeña, pero el propio Banco de Inglaterra cree que el objetivo fijado no se alcanzará hasta 2016. En parte, esto obedece a la fuerte caída de la productividad que se ha producido durante los últimos años (–0,6% anual en promedio entre 2008 y 2012), que hace pensar que el crecimiento de la ocupación se mantendrá acotado hasta que la productividad recupere el terreno perdido. Pero la lentitud con la que se espera que mejore el mercado laboral también se debe a que los problemas de fondo que arrastra la economía británica no son fáciles de corregir.

La pobre evolución del sector exterior es, seguramente, el mejor ejemplo de ello. A pesar de la importante depreciación de la libra, 20% respecto al euro desde 2008, el avance de las exportaciones ha sido muy modesto. En promedio, estas han crecido un 0,9% anual entre 2008 y 2T 2013, mientras que en Alemania lo han hecho un 3,0% y en EE. UU., un 3,6%. Las razones de esta peor evolución son múltiples, pero destacan: el reducido peso de las exportaciones a los principales países emergentes, el menor crecimiento de las exportaciones de contenido tecnológico medio y alto respecto a otros países desarrollados, y el elevado peso del sector financiero.

El desengaño con el sector exterior se ha producido cuando más se precisaba su apoyo. Tanto hogares como em­­presas están inmersos en un profundo proceso de desapalancamiento que limita su capacidad de consumo e inversión. Si bien es cierto que la corrección está siendo relativamente rápida (la ratio entre la deuda y la renta disponible bruta de los hogares se ha reducido más de 25 p. p. desde el pico anterior a la crisis, del 167%, hasta el 1T 2013), también lo es que el camino por recorrer es todavía largo (la misma ratio en la eurozona se sitúa en el 99% y en EE. UU., en el 104%).

Finalmente, otro gran reto pendiente del Reino Unido es recuperar la plena confianza en su sistema financiero. A pesar de la rápida actuación a principios de la crisis, con la recapitalizacion con fondos públicos de dos de los principales bancos, el crédito bancario sigue contrayéndose de forma acusada, especialmente el crédito a pymes. En parte ello se debe a la debilidad de la demanda. Pero, según el FMI, las dudas sobre la solvencia del sector bancario tampoco ayudan a que los distintos programas que ha puesto en marcha el Banco de Inglaterra para estimular el crédito consigan el efecto deseado. Sirva como ejemplo que hasta marzo de este año no se llevó a cabo una revisión a fondo de la solvencia del sistema bancario británico para analizar la calidad de los activos, que reveló unas necesidades de capital de 27.000 millones de libras (1,7% del PIB); y, en cualquier caso, no se han conseguido disipar por completo las dudas, ya que este ejercicio no analizaba la capacidad de resistencia ante posibles shocks.

En definitiva, la actividad se irá recuperando gradualmente en el Reino Unido a medida que su principal socio comercial, la eurozona, se recupere; el proceso de desapalancamiento avance y el sistema financiero vaya normalizando su situación. Unos procesos que, en cualquier caso, requieren paciencia.

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