La insatisfacción con el ciclo económico
Cada 10 años volvemos a lo mismo. ¿Ha empezado una nueva década? Muchas fiestas de año nuevo celebraron su inicio el 1 de enero de 2020. Pero, contra esta espontaneidad popular, una lectura técnicamente correcta del calendario nos dice que hay que esperar al 1 de enero de 2021. Sea como fuere, con el cambio de dígito es natural mirar atrás y preguntarnos si, finalmente, hemos superado unos años 2010 que fueron especialmente turbulentos para la economía. Como también es natural preguntarse hacia dónde nos encaminamos en los siguientes 10 años.
Como se detalla en este Informe Mensual, la actividad económica ha estrenado el decenio con un optimismo cauteloso. Dos de las grandes fuentes de incertidumbre que atenazaron el 2019, es decir, las tensiones entre EE. UU. y China y el temor a que el Reino Unido saliera abruptamente de la UE, se han atenuado con la firma de un acuerdo comercial de mínimos entre EE. UU. y China y la consecución, oficial el 31 de enero, de un brexit ordenado. Además, algunos indicadores sugieren, tímidamente, que el sector industrial mundial va dejando atrás lo peor de la debilidad sufrida en 2019, mientras que los servicios y la demanda doméstica siguen dando continuidad a la expansión económica.
Con todo, enero terminó con agitación en los mercados financieros y un repunte de la aversión al riesgo ante la emergencia sanitaria del coronavirus. Los economistas difícilmente aportaremos luz al elemento médico, pero sí podemos extraer lecciones del impacto económico de episodios anteriores: son fenómenos que pueden tener un coste económico nada menospreciable, pero cuyo impacto acostumbra a ser contenido tanto en el tiempo (en el coronavirus de 2003 las cifras macroeconómicas no se resintieron más de uno o dos trimestres) como en la geografía (probablemente concentrado en China y sus vecinos), y vienen seguidos de un rebote en la actividad en los siguientes trimestres.
Esta agitación de los mercados resalta un riesgo más general: el de otro viraje en el sentimiento económico. Del mismo modo que la incertidumbre marcó el año 2019, el optimismo o el pesimismo con el que se encaren los siguientes trimestres también condicionarán el desempeño de la economía mundial. Este prisma nos ayuda a analizar el modesto ritmo de avance de la eurozona en el 4T 2019. La cifra (0,1% intertrimestal) estuvo en línea con lo esperado, pero no por ello deja de ser decepcionante. Es más, en estas bajas cotas, es fácil que pequeñas disrupciones (o la propia volatilidad estadística) hagan redoblar los tambores de recesión. Lo ejemplifica bien Francia, cuyo PIB se contrajo inesperadamente un 0,1% por culpa de una caída en las existencias, un componente algo errático. Otro susto inesperado en el 1T 2020 y lloverán los titulares de recesión.
No faltan datos para combatir esta lectura pesimista del ciclo económico actual. La principal economía del mundo, EE. UU., está registrando la expansión más larga de su historia moderna (¡un récord de más de 150 años!), y lo hace con un desempleo muy bajo y una inflación contenida. En Europa, el desempleo (7,4%) se encuentra virtualmente en sus mínimos precrisis (7,3% en 2007). Y, si ponemos el foco en la península ibérica, en España la última encuesta de población activa muestra que hoy hay 400.000 personas más con empleo que hace un año, mientras que en Portugal el paro se ha reducido por debajo del 7% (algo no visto, no ya desde antes de la crisis, sino desde 2002).
Pero, a pesar de todos estos datos, no parece que vayamos a recordar los últimos 10 años con apelativos tan evocadores como los de «los felices años veinte» (década de 1920) o «los Treinta Gloriosos» (1946-1975): de hecho, pasada una década, sigue siendo habitual escuchar hablar de «la crisis» en presente. A veces somos injustos: según una encuesta de IPSOS, «en 2018, el español promedio pensaba que el 41% de las personas en edad de trabajar se encontraba en paro (dato: 11%; tasa de desempleo: 15%), en un error de percepción muy generalizado (estadounidenses: 22% frente al 3%)». Pero quizás también somos menos complacientes y más exigentes con el mundo en el que vivimos por la dureza de la recesión que estalló en 2007. No podemos hablar de un crecimiento del empleo de 400.000 personas sin notar que en España la tasa de temporalidad es superior al 25%. Ni, en la eurozona, de un paro en mínimos de 2007 sin remarcar que las medidas más amplias del desempleo duplican la tasa de paro convencional.
Esta insatisfacción con el ciclo económico actual se suma al desasosiego que generan las transformaciones de fondo, como el cambio tecnológico. No es casualidad que la preocupación por la desigualdad haya resonado con más fuerza en los últimos años, aunque el fenómeno no es para nada nuevo (el incremento de la renta del top 1% empezó en 1980 en EE. UU., y fue mucho más intenso entre 1980 y el 2000 que entre el 2000 y la actualidad). En 2020, cambiamos de dígito con el reto de abrazar las oportunidades que brindan las nuevas tecnologías, para dar más resistencia al crecimiento, pero también para hacerlo más inclusivo y sostenible.
Volvemos a la cuestión del principio de una década. Por cierto, el origen del desacuerdo es el número 0, que todavía no era conocido en Europa cuando, en el siglo VI, se definió el anno Domini, sistema con el que enumeramos los años en nuestro calendario gregoriano a partir del nacimiento de Cristo: así, el momento de inicio, el punto 0, se denominó con el número 1, y el año 1 a. C. vino inmediatamente seguido por el 1 d. C. Aun conociendo esta historia, en 2030 es muy probable que retomemos la discusión. Esperemos hacerlo con menos insatisfacción con el ciclo económico.