Hacia un mundo crecientemente urbanizado

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Àlex Ruiz
10 de junio de 2016

A finales del siglo XIX, Arthur Conan Doyle, creador de Sherlock Holmes, escribió un artículo que difícilmente asociaríamos con el celebérrimo detective: «La distribución geográfica del intelecto británico». En él hacía un inventario de lo que denominaba «británicos eminentes» y se sorprendía al descubrir que 235 de las 824 personalidades identificadas eran londinenses: a pesar de representar solo un 7% de la población británica, Londres contribuía con cerca de un tercio a la producción de talentos del Reino Unido. No se trata de una anécdota añeja de la época victoriana. Sobre la base de estadísticas contemporáneas, los datos de distribución de capital humano en las ciudades de EE. UU. no dejan lugar a demasiadas dudas: cuanto mayor es la dimensión de la ciudad, mayor es la proporción de población con estudios superiores. Así, mientras que en la conurbación Nueva York-Newark-Nueva Jersey (con una población activa de 10,5 millones de personas) un 41,7% de la población activa dispone de formación universitaria, el porcentaje cae en 10 p. p. cuando las urbes se sitúan en la franja de menos de un millón de personas de población activa.

Para un economista, el hecho de que una ciudad acumule mayor capital humano que otra urbe de menor tamaño tiene como implicación probable que su productividad sea más alta. O, en términos agregados, que exista una elevada correlación entre la tasa de urbanización (esto es, el porcentaje de la población del país que vive en ciudades) y el grado de desarrollo. Según datos de las Naciones Unidas, esto es así, en efecto: los países de rentas altas y medias presentan, en promedio, un 80% y un 60% de población urbana, respectivamente, y los de rentas bajas, un 30%. Si a esta relación se le suma el hecho de que, en 2007, la población urbana mundial superó a la rural por primera vez en la historia y que se espera que en el futuro esta tendencia hacia la urbanización se mantenga, el diagnóstico parece claro: vamos de camino a un mundo más urbanizado y más próspero.

Esta economía del futuro, digamos que hacia 2050, confir­­ma­­rá que en 100 años se habrá producido un giro total, ya que, según proyecciones de las Naciones Unidas, si en 1950 dos terceras partes de la población eran rurales, en 2050 dos terceras partes serán urbanas. Es el resultado del fuerte crecimiento de la población urbana: entre 2014 y 2050, la tasa anual de crecimiento de la población urbana en los países menos avanzados doblará la de la población total y la cuadriplicará en los países avanzados. Por supuesto, el grueso del aumento de la urbanización se dará en Asia y África, que acumularán un 90% del incremento. En 2050, la mitad de la población urbana mundial se concentrará en Asia (un 25% en China y en la India) y un 21% en África.

¿Cambiará mucho la tipología de ciudad? ¿Iremos hacia un mundo de megaciudades? Según las Naciones Unidas, la distribución del futuro será similar a la actual, aunque con una mayor tendencia a las grandes aglomeraciones. Así, situados en este caso en un horizonte temporal algo más cercano, en 2030, el porcentaje de la población urbana que vivirá en megaciudades (esto es, aquellas con más de 10 millones de habitantes) será del 14,4% de la población urbana total, algo por encima del 11,7% de 2014. En 2030 existirán 41 megaciudades, de las cuales cuatro serán europeas: por ranking de población, Estambul, Moscú, París y Londres. La población urbana que vivirá en la categoría de grandes ciudades (de 5 a 10 millones de habitantes) pasará del 7,7% actual al 8,6%, y del 21,3% al 22,3% en las ciudades medianas (de 1 a 5 millones de habitantes). En cambio, las áreas menores, de un millón de habitante o menos, concentrarán algo menos de población: si en 2014 la tasa era del 59,3% en 2030 será del 54,7%.

El fenómeno de la urbanización, por tanto, es relevante y lo será aún más en el futuro. En este contexto, entender bien cuáles son los fenómenos económicos que conducen al crecimiento urbano es central. La justificación que se da a la existencia de las ciudades desde el punto de vista de la economía es que la localización de personas y actividades se produce porque los beneficios de la aglomeración superan los costes. Hecha esta aseveración general, hay mucho más que dilucidar. En particular, en los siguientes artículos del Dossier se analiza en detalle cómo se generan las economías de aglomeración, esto es, los incrementos de productividad que se producen al aumentar la densidad de población (véase «Las claves de la ciudad del futuro»), pero también cuáles son los costes que comportan (véase «Los costes de vivir en la ciudad: las deseconomías de aglomeración»). También se profundiza en un mercado especialmente relevante para el crecimiento urbano, el laboral, en el cual las economías y deseconomías de aglomeración se equilibran (véase «El factor urbano del mercado laboral»).

Ninguno de estos análisis es trivial, porque la economía urbana presenta un grado de complejidad notable, especialmente cuando existen fenómenos que afectan conjuntamente a los beneficios y a los costes. Este es el caso de una dinámica que ha ido a más en las últimas décadas, la del cambio tecnológico (en particular, el desarrollo y difusión de las tecnologías de la información y la comunicación). Las nuevas tecnologías pueden facilitar un patrón espacial distinto del tradicional. En particular, podrían estar disminuyendo las ventajas de las economías de aglomeración, pero también podrían estar reduciendo paralelamente algunos de sus costes. En los casos del mejor aprovechamiento de las nuevas tecnologías, cabría esperar que amplíen el abanico de opciones personales sobre dónde residir y trabajar en un grado que nunca antes se había dado.

Todo este ejercicio intelectual es ineludible, porque el crecimiento urbano importa, y no solo por sí mismo, sino también por sus vínculos con el avance de la actividad a nivel agregado. Por ejemplo, Hsieh y Moretti (2015) apuntan a que las restricciones a la oferta de vivienda en EE. UU. entre 1964 y 2009, vía la reducción de la movilidad laboral, disminuyeron el crecimiento promedio anual en un 0,3%, lo que equivale a un impacto acumulado en 35 años del 13,5% del PIB.1

Conan Doyle probablemente tenía razón en sorprenderse por la concentración del talento en el Londres victoriano. Ahora toca ir más allá de la constatación y avanzar en el entendimiento de lo urbano con el instrumental de los economistas. Porque, en definitiva, en las ciudades vive, trabaja y se relaciona una parte cada vez mayor de la población. Además, son lugares donde la productividad es elevada, aunque la aglomeración también acarrea costes. Asimismo, es probable que las nuevas tecnologías favorezcan nuevos equilibrios entre las economías de aglomeración y los costes asociados a la densidad. Y todo ello, sumado, tiene un efecto que supera el ámbito económico local y alcanza el nivel agregado. Probablemente es el momento de las ciudades. Y, por tanto, el momento de la economía urbana. Pasen y lean: visiten los artículos que siguen como si fuesen barrios de una urbe y vislumbren por qué las ciudades también deben ser objeto del análisis de los economistas y del interés del lector bien informado.

Àlex Ruiz

Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank

1. Véase Hsieh, C. y Moretti, E. (2015), «Why Do Cities Matter? Local Growth and Aggregate Growth». NBER Working Paper, núm. 21154.

Àlex Ruiz
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