¿Refleja el PIB el bienestar de los países?

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Maria Gutiérrez-Domènech
10 de noviembre de 2014

El PIB es la forma más extendida de cuantificar la evolución de la actividad económica de un país. Su rigurosa metodología permite que se utilice en todo el planeta facilitando, así, la comparación entre países. No obstante, aunque se haga habitualmente, es inadecuado deducir el bienestar de una nación a partir de su PIB, algo que ya reconoció el propio Simon Kuznets, creador del PIB en los EE. UU. en la década de los treinta. Por poner un ejemplo: una explotación de los recursos naturales podría impulsar el crecimiento en un momento dado, pero a costa de agotar los recursos y contaminar el entorno, lo que reduce el bienestar presente y futuro de una población.

Fruto del reconocimiento de la debilidad del PIB como indicador de progreso y bienestar social, durante los últimos años se han buscado con ahínco medidas alternativas. En 2008, Nicolas Sarkozy, entonces presidente de Francia, constituyó una comisión de expertos con el fin de identificar las limitaciones del PIB tanto en su aspecto metodológico como en su capacidad de valorar el bienes­­tar (véase www.stiglitz-sen-fitoussi.fr). El trabajo de dicha comisión motivó el programa Better Life Index, de la OCDE, cuyo objetivo es el desarrollo de herramientas estadísticas que valoren los aspectos que determinan la calidad de vida de las personas. Otras organizaciones, como las Naciones Unidas, también han trabajado desde hace años en la elaboración de indicadores alternativos al PIB.

En general, las propuestas de la OCDE o de las Naciones Unidas buscan complementar la medida del PIB existente con la inclusión de dimensiones de carácter social o medioambiental. Así, el índice para una vida mejor de la OCDE tiene en cuenta 11 aspectos distintos medidos con varios indicadores (véase la primera tabla): vivienda, ingresos, empleo, comunidad, educación, medio ambiente, compromiso cívico, salud, satisfacción, seguridad y equilibrio vida-trabajo. Otra variable utilizada internacionalmente es el índice de desarrollo humano (IDH) de las Naciones Unidas, que engloba la esperanza de vida, la educación y el nivel de renta. Además de estos índices compuestos, existen otros indicadores subjetivos construidos a partir de encuestas de opinión. Un ejemplo sería el porcentaje de individuos que en los sondeos del Eurobarómetro se declaran satisfechos respecto a su calidad de vida.

Sin duda, estas medidas aportan una visión más completa de la situación de bienestar de un país. No obstante, ¿hasta qué punto los resultados del PIB difieren sustancialmente de los que se pueden obtener con este tipo de indicadores? Para valorarlo, se realizarán dos ejercicios. En el primero, se compara la renta per cápita de cada país con su IDH. En el segundo, se observa la evolución del crecimiento económico y del indicador de satisfacción personal del Eurobarómetro en España.

De ambos ejercicios se desprende que el PIB indica de forma razonable el progreso de una sociedad. Así, en la comparación global, que incluye zonas de riqueza muy diversa (véase el gráfico de la izquierda), se observa que los países ricos se sitúan en los tramos más elevados tanto en el PIB per cápita como en el indicador de vertiente menos económica (el IDH). En las cotas de renta más altas, sin embargo, esta correlación pierde fuerza. Ello sugiere que, una vez sobrepasado el umbral de riqueza que permite satisfacer con holgura las necesidades básicas de la población, empiezan a importar otros aspectos del bienestar. Es entonces cuando una combinación de índices probablemente exprese mejor la situación de un país. En el segundo ejercicio (gráfico de la derecha), se advierte que, históricamente, la trayectoria del crecimiento del PIB evoluciona de forma pareja a la satisfacción personal de los ciudadanos españoles, lo que indica que su felicidad está relacionada con el ciclo económico. Por tanto, parece sensato utilizar el PIB como una variable indicativa de la evolución del bienestar de la población.

Ello no implica, sin embargo, que no sea importante ampliar la radiografía de un país con otras variables aparte del PIB. Pero ciertamente disminuye la preocupación de que el uso tan generalizado de este indicador esté mostrando una realidad muy diferente de la que otros indicadores de bienestar proporcionarían. No hay que obviar, además, que los indicadores más subjetivos tienen sus propias debilidades. En efecto, hay que tener en cuenta que la perspectiva que pueda ofrecer un índice compuesto depende no solo de qué factores se incluyen en él, sino también del peso que se otorga a cada uno de ellos.

En este sentido, resulta muy ilustrativa la herramienta que pone a disposición del público la OCDE en su portal Better Life Index. Como se ha comentado anteriormente, el índice para una vida mejor se compone de 11 subíndices, cada uno de ellos elaborado a partir de varios indicadores. Así, una vez se obtiene una puntuación para los 11 subíndices, estos se deben agregar para calcular el índice final, lo que implica otorgar un peso determinado a cada uno de ellos. La elección de los pesos puede influir notablemente en el resultado final y por ello debería reflejar al máximo la realidad de cada país. De hecho, idealmente, el peso de cada subíndice debería proceder de una encuesta representativa sobre lo que más importa a la población.

Habiendo reconocido lo discrecional del sistema de pesos y su incidencia sobre la valoración final, la OCDE brinda la posibilidad de construir el índice para una vida mejor à la carte, esto es, eligiendo uno mismo los pesos. La segunda tabla muestra cómo el ranking de dicho índice varía cuando se cambian los pesos en cuatro escenarios distintos. Bajo el supuesto de que los 11 indicadores reciben la misma importancia, Australia encabeza la lista y España se sitúa en la posición 21 de 36. El orden cambia, sin embargo, si el balance entre la vida y el trabajo pondera al máximo, ocupando Dinamarca la primera posición y escalando España hasta la número 15. Este simple ejercicio evidencia que este tipo de índices están a merced de la subjetividad, lo que reduce su potencial.

En definitiva, el PIB es una herramienta limitada para evaluar la situación de bienestar de un país y esto ha impulsado la búsqueda de instrumentos complementarios. Sin embargo, en general, los resultados no se apartan significativamente de los que proporciona el PIB. Además, de momento, la subjetividad de estas nuevas medidas continúa suponiendo una desventaja. Por tanto, a la espera de fórmulas estadísticas mejores, el PIB, con sus debidos matices, sigue siendo una manera aceptable de medir la calidad de vida en los distintos lugares del mundo.

Maria Gutiérrez-Domènech

Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación estratégica y Estudios, CaixaBank

Maria Gutiérrez-Domènech
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