Cambio tecnológico y crecimiento económico: a nuevas preguntas, nuevas respuestas

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14 de febrero de 2018
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Hay pocos temas en los que exista un amplio consenso entre los economistas. Uno de ellos es que, para que mejoren los estándares de vida, es imprescindible un ritmo de crecimiento sostenido de la productividad. Con esta máxima como guía, cabría pensar que los espectaculares avances tecnológicos que están teniendo lugar nos sitúan en una época inmejorable para que la productividad siga creciendo con fuerza. Ello, sin lugar a duda, nos debería permitir mirar al futuro con optimismo.

Sin embargo, el crecimiento de la productividad ha disminuido significativamente. Este fenómeno no es puntual ni concentrado en algunos países, sino que se viene observando de manera sostenida en las principales economías, tanto avanzadas como emergentes. Un ejemplo vale más que mil palabras: en EE. UU., si el crecimiento de la productividad laboral de los últimos cuatro años hubiera sido el del periodo 1996-2007, actualmente el poder adquisitivo de sus ciudadanos sería un 8% más alto de lo que es.

El fenómeno preocupa y ocupa a economistas y agentes responsables de diseñar la política económica. Sin embargo, las recetas que se suelen ofrecer pueden resumirse en un «hace falta más educación y más inversión». Esta fórmula era válida hace décadas, especialmente en la era industrial, pero hoy en día su efectividad no está garantizada.

Como se apunta en los artículos del Dossier, las ocupaciones están cambiando rápidamente y, junto a ello, las habilidades necesarias para sacar el máximo provecho de las nuevas tecnologías. Es imprescindible que el sistema educativo se adapte a estos cambios, no basta con más educación. También la naturaleza de la inversión de la mayoría de las empresas en la actualidad poco tiene que ver con la que se llevaba a cabo hace unas décadas. En EE. UU., la inversión en activos intangibles, como diseño de productos o software, es ya claramente superior a la inversión en activos tangibles, como edificios o maquinaria. A pesar de ello, la mayoría de programas de impulso de la inversión se focalizan en el concepto clásico de inversión.

Adaptarse a estos cambios es imprescindible y, seguramente, inevitable. Pero, si se actúa tarde o de manera reactiva, difícilmente se podrá sacar el máximo provecho de las nuevas tecnologías. No basta con reformular las recetas clásicas. Parafraseando a Mario Benedetti, «cuando creíamos que teníamos todas las respuestas, de pronto, nos han cambiado todas las preguntas».

La llamada Cuarta Revolución Industrial ya está transformando de manera profunda tanto la estructura productiva de la economía como el proceso de difusión tecnológica. Las economías del futuro serán las que dispongan del marco más adecuado para dar respuesta a estas nuevas tendencias.

Así, las referencias que normalmente se utilizan para definir las acciones de política económica, como el tamaño empresarial o el sector, deberían incorporar nuevos parámetros que capturen mejor la esencia de la actividad que realizan las nuevas empresas. Nótese que cada vez hay más empresas difícilmente clasificables en un sector específico. Amazon o Google son los ejemplos de referencia, pero la lista es enorme y creciente. Naturalmente, la regulación que define el marco competitivo de las empresas, y en especial la regulación del mercado laboral, también debería ser parte esencial de la nueva agenda de política económica.

Respecto a la difusión tecnológica, se constata la convivencia de un selecto grupo de empresas muy productivas con un sector empresarial mucho más rezagado que no utiliza las mejoras tecnológicas a su alcance. Actuar sobre este segundo grupo tiene un enorme potencial, tanto por su tamaño como por el margen de crecimiento que tiene. Iniciativas que permitan a las empresas adquirir un mejor conocimiento de la evolución de su sector –o de un grupo de empresas de referencia– en tiempo real, utilizando toda la información disponible, pueden actuar como acicate para que adopten las mejores prácticas.

El futuro lo podremos mirar con optimismo si aceptamos que las preguntas han cambiado y somos capaces de ofrecer nuevas respuestas.

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