En las últimas décadas, la fragmentación geográfica de los procesos productivos se ha extendido más allá de las fronteras entre países, dando lugar a las «cadenas globales de valor» (CGV). Raros son los casos de bienes (o servicios) producidos íntegramente en un único país. Según datos de las Naciones Unidas, los bienes y servicios intermedios copan en torno al 60% del comercio internacional, desplazándose de unos países a otros para integrarse, de manera sucesiva, en los procesos de producción de otros bienes o servicios, hasta que se llega al final de la cadena (de la que surgen productos complejos). La proliferación de las CGV cuestiona tanto la utilidad de los modelos teóricos clásicos de comercio internacional, basados en bienes simples (producidos en un solo país y, en general, con un nivel de fragmentación reducido), como el uso de medidas «brutas» de comercio en el análisis de la coyuntura. Sin ir más lejos, un indicador de actividad económica tan popular como el total de exportaciones de un país no identifica dónde se ha creado el valor de dichas exportaciones. Igualmente, el destino geográfico inmediato de las exportaciones de bienes que están en fase inicial o intermedia no identifica el destino geográfico último cuando se alcanza el final de la cadena. Este tipo de cuestiones es de singular relevancia actualmente en la eurozona, donde urge aplicar políticas macro y microeconómicas que tengan en cuenta la creación de valor y el empleo locales. Por desgracia, la información disponible no es todo lo completa que sería deseable.
La realidad es que el mundo se compone tanto de bienes simples como complejos. Y, precisamente, el aumento de estos últimos puede explicar algunas de las pautas observadas en el comercio. En particular, la mera transición hacia un mundo con CGV implicó un fuerte incremento de los flujos de exportaciones e importaciones por encima del aumento de la producción real. El motivo es que los bienes pasaron a cruzar las fronteras en numerosas ocasiones dentro del mismo proceso productivo, contabilizándose todas y cada una de las veces. Así, no es de extrañar que en las últimas décadas las exportaciones totales hayan crecido entre 1,5 y 2 veces más rápido que el PIB mundial. Sin embargo, recientemente el comercio parece haber sufrido un cambio de tendencia: después del desplome de 2009 y la rápida recuperación posterior, las exportaciones mundiales han entrado en una fase de ralentización. Algunos economistas lo atribuyen a un factor estructural: el hecho de que el proceso de creación de nuevas CGV ya esté llegando a su fin. No obstante, la coincidencia en el tiempo con la resaca de una profunda crisis económico-financiera de un mundo altamente conectado (como nunca antes lo había estado) dificulta discernir si la ralentización comercial es un fenómeno cíclico derivado de la crisis o es efectivamente de carácter estructural. Porque en un mundo con numerosas CGV, una desaceleración económica puede provocar mayores estragos en los flujos comerciales que en un mundo sin CGV. Este es el caso cuando la desaceleración es más pronunciada en la demanda de bienes complejos que en la de bienes simples, pues aquellos acarrean mayor número de flujos co-merciales. Además, la implantación heterogénea de las CGV entre países puede explicar las notables diferencias que se aprecian en los flujos comerciales a nivel regional. En general, aquellos países más conectados a las cadenas globales sufrirán más los shocks de demanda global. Asimismo, los países cuya producción se encuentra más ligada a las fases iniciales o intermedias de las CGV tenderán a experimentar mayores fluctuaciones comerciales que aquellos cuya producción se encuentra en las fases finales. El motivo es el efecto magnificación upstream (o efecto bullwhip) propio de todas las cadenas de suministro, sean o no globales.
En definitiva, la creciente complejidad de los procesos productivos dificulta la interpretación de los datos brutos sobre comercio internacional. Un doble esfuerzo conceptual y empírico es imprescindible para afinar las políticas económicas y evitar efectos contraproducentes al intentar incidir en los ya de por sí complicados flujos comerciales. Desde el prisma teórico, el influyente trabajo de Grossman y Rossi-Hansberg, que divide la producción de un bien o servicio en distintas tareas, algunas de las cuales pueden deslocalizarse en el extranjero (offshoring), ha sentado las bases de los nuevos modelos de comercio.1 En el plano de las estadísticas, están en marcha diversas iniciativas para tener en cuenta las CGV y así evitar la doble contabilización de flujos comerciales, identificar dónde realmente se crea valor, cuál es el destino final de los flujos y cómo sortear la infravaloración de la exportación de servicios.2
1. Véase Gene M. Grossman and Esteban Rossi-Hansberg (2006), «The Rise of Offshoring: It's Not Wine for Cloth Anymore», The New Economic Geography: Effects and Policy Implications, Jackson Hole Conference Volume, Federal Reserve Bank of Kansas City.
2. De entre las más recientes iniciativas destacan las bases de datos UNCTAD-Eora GVA y OECD-WTO TiVA.