Tras las elecciones alemanas del 24 de septiembre, la UE deberá hacer frente a su futuro. Se abrirá entonces una ventana de oportunidad difícilmente repetible para acordar qué Europa queremos construir y qué reformas son necesarias para apuntalar esa construcción.
La oportunidad surge por una confluencia de factores. Los resultados de las elecciones francesas y holandesas, en las que el populismo eurófobo fue derrotado por opciones europeístas; el compromiso de los principales candidatos alemanes con el proyecto europeo; la próxima salida del Reino Unido de la UE, un miembro importante que se oponía reiteradamente a una mayor integración; la presidencia de Trump, que hace aún más necesario fortalecer la política exterior de la Unión, y la amenaza terrorista, que subraya la importancia de una coordinación efectiva a nivel europeo en materia de seguridad e inteligencia.
Además, existe un amplio consenso en el que es necesario avanzar aún más en la integración europea y, en particular, en reforzar la arquitectura institucional de la moneda única. Se han hecho muchas reformas en los últimos años y algunas, sin duda, han sido de calado, como la unión bancaria o la creación del Mecanismo Europeo de Estabilidad (MEDE). Pero podemos, y debemos, seguir avanzando por ese camino y es preferible no esperar a que las circunstancias nos obliguen a hacerlo de manera precipitada.
Para empezar, la unión bancaria ha contribuido a reducir los riesgos de contagio mutuo entre el soberano y la banca, pero todavía dista de ser una unión completa. Falta un sistema de garantía de depósitos único a nivel europeo, con capacidad de endeudarse o tener acceso a un prestamista de última instancia. Y falta una mayor homogeneización de marcos normativos entre los distintos países, por ejemplo, en lo relativo a leyes de insolvencia, para facilitar las economías de escala y fomentar la creación de bancos paneuropeos. Existen también dudas sobre la eficacia del marco actual de resolución para bancos con problemas en el caso de una hipotética crisis sistémica, especialmente en ausencia de una autoridad fiscal central fuerte.
Precisamente, la creación de una autoridad fiscal europea es seguramente el paso que más reforzaría la unión monetaria, además de la bancaria. Alemania y Francia están de acuerdo en ello, creen que la eurozona debería tener un ministro de Economía y Finanzas, pero divergen significativamente en las competencias que otorgarían a dicha figura. El presidente Macron aboga por un presupuesto común fuerte, que pudiera financiar grandes proyectos de inversión y actuara como mecanismo de estabilización macroeconómica ante perturbaciones que afectaran de manera desigual a distintos países. Merkel, en cambio, ha abogado por un ministro que se dedicara a coordinar las políticas fiscales y las reformas estructurales de los países miembros, con un fondo para poder premiar la implementación de las políticas deseadas. Cualquiera de estos enfoques requerirá cesiones de soberanía y, en consecuencia, pasos para dotar de mayor legitimidad política a las instituciones europeas.
Con toda probabilidad, el salto más ambicioso, la unión política, queda todavía lejos, pero algunos pasos se tendrán que dar en esta dirección. Está por ver hasta qué punto seremos capaces. Sin duda, las palabras de José Ortega y Gasset, escritas antes de la Segunda Guerra Mundial, mantienen su vigencia: «La situación auténtica de Europa vendría, por lo tanto, a ser ésta: su magnífico y largo pasado la hace llegar a un nuevo estadio de vida donde todo ha crecido; pero a la vez las estructuras supervivientes de ese pasado son enanas e impiden la actual expansión. Europa se ha hecho en forma de pequeñas naciones. En cierto modo, la idea y el sentimiento nacionales han sido su invención más característica. Y ahora se ve obligada a superarse a sí misma. Éste es el esquema del drama enorme que va a representarse en los años venideros. ¿Sabrá libertarse de supervivencias, o quedará prisionera para siempre de ellas?».