La oficina del futuro: ¿vuelta al pasado?
La irrupción de la COVID-19 ha impactado de lleno en numerosos ámbitos sociales y económicos. El lugar y la manera en la que trabajamos es solo uno de ellos. Hasta ahora, las oficinas eran un espacio de trabajo, de reunión y de socialización, atributos que, gracias a la tecnología, pueden desarrollarse a distancia. En tiempos de coronavirus, ¿están las oficinas heridas de muerte?
La irrupción de la COVID-19 ha impactado de lleno en numerosos ámbitos, hábitos sociales y económicos. El lugar y la manera en la que trabajamos es solo uno de ellos. Hasta ahora, las oficinas eran un espacio de trabajo, de reunión y de socialización. Un trabajo, no obstante, que cada vez con más frecuencia se puede llevar a cabo desde cualquier lugar. Unas reuniones que, a menudo, también pueden realizarse a distancia. Y una socialización que, con las actuales medidas de distanciamiento físico, resulta cuanto menos compleja en un entorno laboral compartido. En tiempos de coronavirus, ¿están las oficinas heridas de muerte?
Durante la Edad Media y la era de los descubrimientos, solo unas pocas organizaciones trataban con documentación escrita y disponían de lugares remotamente parecidos a las oficinas actuales. Los monasterios, con sus cámaras de copistas o scriptorum, y las empresas que explotaron las rutas comerciales con Asia y el Nuevo Mundo son algunos ejemplos de ello. A principios del s. XVIII, la Compañía Británica de las Indias Orientales, especializada precisamente en el comercio con Asia, contaba ya con 300 secretarios, notarios y contables que, a menudo, trabajaban codo con codo. Pero lo hacían en casas particulares o en antiguos palacios, y no en edificios diseñados específicamente para su uso.
Otros profesionales para los cuales la documentación escrita era asimismo imprescindible, como los abogados, también desarrollaron su actividad en sus casas durante siglos. En cierto modo, el «teletrabajo»1 era lo habitual en esa época, incluso en las profesiones que hoy identificamos con un entorno de oficina. Un caso claramente ilustrativo es el de la aseguradora Lloyd’s de Londres. En el s. XVII, los corredores de seguros marítimos independientes trabajaban en sus casas, pero se reunían en la cafetería que Edward Lloyd’s tenía cerca de la Torre de Londres para compartir información y cerrar negociaciones, por lo que la cafetería hacía informalmente de oficina. Años más tarde, con el inicio de la Revolución Industrial, estos corredores de seguros se asociaron bajo el nombre de Lloyd’s y, en 1774, decidieron alquilar distintas estancias de la Royal Exchange de Londres con el fin de llevar a cabo conjuntamente su actividad.
De hecho, el origen de la oficina moderna está estrechamente ligado a la Revolución Industrial. Con el aumento de la producción manufacturera y del comercio internacional, se impulsaron profesiones y surgieron nuevas actividades económicas cuyo hábitat natural era la oficina. Más allá de los despachos de las compañías de seguros, de bancos o de empresas comerciales, las propias fábricas necesitaron acomodar nuevos espacios donde llevar a cabo estas nuevas actividades: habían nacido las oficinas.
En las últimas décadas del s. XIX y durante las primeras tres décadas del s. XX, los avances en las telecomunicaciones (el telégrafo eléctrico primero y el teléfono después) permitieron una separación física entre las tareas administrativas y las manufactureras. Con ello, las oficinas adquirieron entidad propia en edificios exclusivamente pensados para llevar a cabo dichas tareas administrativas.
Este distanciamiento entre las oficinas y los centros de producción manufacturera, junto con el enorme desarrollo industrial de EE. UU., dio origen al fenómeno de los rascacielos. Las grandes empresas industriales estadounidenses del momento decidieron «deslocalizar» sus sedes centrales administrativas en las grandes ciudades, en forma de altísimas edificaciones que ejercieran también de símbolo de su prestigio y poder. Chicago y Nueva York fueron las ciudades pioneras en esta carrera hacia el cielo de las oficinas. El Home Insurance Building, inaugurado en 1885 en Chicago y sede de la Home Insurance Company, fue el primer rascacielos del mundo. Y es bien sabido que el Chrysler Building de Nueva York, sede de la compañía de automoción americana, ostentó durante solo 11 meses el título de rascacielos más alto del mundo, tras arrebatárselo el Empire State Building, financiado en parte por General Motors. La historia de las oficinas quedaría vinculada a la arquitectura y al urbanismo para siempre.
- 1. En este artículo y en los próximos artículos de este Dossier, haremos uso de los términos teletrabajo y trabajo en remoto de manera indistinta para hacer mención del formato de trabajo que se realiza desde casa, aunque en términos legales ambos vocablos pueden denotar formas de trabajo distintas.
Después de la Segunda Guerra Mundial, las oficinas siguieron proliferando a raíz del aumento de la economía de los servicios. Unas oficinas que, a lo largo de los últimos 70 años, también sufrirían transformaciones importantes como consecuencia de los cambios económicos y tecnológicos en nuestra sociedad. En particular, la transición hacia la economía del conocimiento ha provocado que las oficinas pasen de ser lo que algunos expertos han denominado «fábricas del papeleo» (paperwork factories) a «fábricas de ideas». Y con la finalidad de potenciar el fluir de estas ideas, se ha empezado a imponer el diseño de oficinas con puestos de trabajo más abiertos y flexibles, zonas de reuniones informales y espacios de descanso u ocio con un aspecto cálido y hogareño. En cierto modo, las oficinas han intentado que nos sintamos un poco «como en casa».
De hecho, desde la llegada de internet a nuestras vidas, hace más de un cuarto de siglo, numerosas voces habían predicado, precisamente, el fin de las oficinas en favor de la comodidad del hogar gracias al teletrabajo. Pero nada más lejos de la realidad. Un hecho, cuanto menos curioso, es que la mayoría de las empresas tecnológicas de Silicon Valley no habían optado por el teletrabajo antes de la crisis sanitaria actual. Por el contrario, en su inmensa mayoría habían impulsado estas oficinas informales con espacios versátiles y abiertos. Y el motivo principal no es otro que la creencia de que el surgir de las ideas innovadoras es más propicio en un entorno de este tipo.
Aunque todavía es pronto para conocer la magnitud del cambio que pueden llegar a sufrir las oficinas, las siempre vanguardistas empresas tecnológicas nos pueden dar algunas pistas. Y es que muchas de ellas ya han empezado a anunciar que las posibilidades de teletrabajo podrían extenderse más allá de lo que la pandemia dicte si los empleados así lo desean.
De hecho, distintos elementos apoyan un viraje hacia un aumento del teletrabajo. Por un lado, algunos estudios ya apuntan a que la flexibilidad de poder trabajar de forma remota de manera habitual aumenta la productividad de los trabajadores (véase el artículo «Teletrabajo y productividad: un binomio complejo» en este mismo Dossier). Además, una mayor conciliación laboral o una sociedad más respetuosa con el medio ambiente son demandas sociales crecientes que empujan a favor del teletrabajo (véase el artículo «¿Cómo afecta el teletrabajo a la sociedad y a nuestro modo de vida?» en este mismo Dossier). Otro factor de empuje es la enorme mejora y evolución de las TIC en los últimos años. Se trata de innovaciones que favorecen el teletrabajo, pero que posiblemente no estaban plenamente difundidas en la economía. El shock de la COVID-19, no obstante, ha acelerado esta difusión. Por último, en un mundo donde priman las ideas, el trabajo reflexivo se irá imponiendo al más repetitivo. Un trabajo que, sin duda, se puede beneficiar de la tranquilidad que puede comportar el trabajo en remoto.
Pero ¿y las ideas que surgen de las charlas de oficina? En un contexto de menor incidencia del coronavirus, seguramente una opción mixta, donde trabajo en remoto y presencialidad se combinen en un nuevo tipo de oficina que favorezca todavía más los encuentros, las charlas y las colaboraciones puede ser un buen equilibrio. En definitiva, la cafetería de Edward Lloyd’s podría ser nuestra oficina del mañana.