El dinero no da la felicidad, pero ¿ayuda a conseguirla?

¿Cuál es la relación entre la felicidad individual, el bienestar de los ciudadanos y el nivel de renta per cápita de los países?

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¿Cuál es la relación entre la felicidad individual, el bienestar de los ciudadanos y el nivel de renta per cápita de los países? En los círculos académicos, existe un profundo debate sobre esta cuestión, puesto que el objetivo último de las políticas económicas es el de maximizar la felicidad o el bienestar de los ciudadanos (y, si cabe, el bienestar de los de hoy y el de los del futuro). En la práctica, sin embargo, las decisiones se suelen tomar en relación con los criterios de generación de renta (o riqueza), asumiendo que este es el mejor instrumento para conseguir el máximo bienestar de los ciudadanos. Si la relación entre la renta y la felicidad es suficientemente estrecha, entonces, las decisiones de política económica serán acertadas.

El trabajo pionero en este ámbito de Richard Easterlin1 muestra, en cambio, que el incremento del PIB per cápita de un país no va asociado a un aumento del nivel promedio de la felicidad de sus habitantes.2 Este resultado es conocido como la «paradoja de Easterlin» y, desde que se postuló, ha generado una prolífica literatura que ha intentado corroborar o refutar este resultado. Generalmente, los estudios referidos a la evolución de la felicidad de un mismo país a lo largo del tiempo encuentran resultados que confirman dicha paradoja. En concreto, el mismo Easterlin, en una actualización de su trabajo inicial,3 muestra que el ingreso real per cápita en EE. UU. casi se duplicó en el periodo 1973-2004, mientras que la felicidad promedio se mantuvo estable. Este fenómeno no es específico de EE. UU., sino que el mismo resultado se obtiene en Japón, uno de los países desarrollados en los que más ha aumentado el ingreso real per cápita desde la Segunda Guerra Mundial, y también en la mayor parte de países europeos.

De estos resultados, sin embargo, no debería concluirse que el dinero no importa. Una amplia literatura documenta que, en un determinado momento del tiempo, sí existe una relación muy estrecha entre la renta y la felicidad, tanto si la comparación se realiza entre países como si es entre individuos de un mismo país. La clave para reconciliar estos resultados con la paradoja de Easterlin está en la referencia temporal: la felicidad es un concepto subjetivo y relativo, lo cual dificulta su medición a lo largo del tiempo, a medida que cambian las circunstancias personales y/o del entorno. Esta es una cuestión muy relevante y a ella volveremos más adelante. Pero, por ahora, es importante describir en detalle la relación entre renta y felicidad, primero entre países y, a continuación, entre individuos con mayor y menor renta dentro de un mismo país y en un momento determinado.

La comparativa entre países revela que existe una relación positiva entre la renta per cápita y el nivel promedio de satisfacción vital entre países. En concreto, Stevenson y Wolfers4 documentan una correlación de 0,79 entre ambas variables en una muestra de 155 países. Asimismo, encuentran que esta relación es lo que se denomina log-lineal: 100 euros adicionales de renta tienen un mayor impacto sobre la felicidad de un país pobre que de uno rico; en cambio, el aumento de la felicidad será similar si se doblan sus respectivos ingresos.

La comparativa entre individuos ricos y pobres en un mismo país y momento también revela una relación positiva entre renta y satisfacción con la vida. Esta correlación ya fue identificada por Easterlin en 1974 y, posteriormente, ha sido corroborada en múltiples estudios. Por ejemplo, Stevenson y Wolfers analizan esta relación con datos microeconómicos (a nivel individual) en los 25 países más poblados del mundo, y encuentran una tendencia creciente en la satisfacción vital promedio de los individuos ordenados de menos a más según su percentil de renta.

Algunos investigadores han postulado una versión modificada (o débil) de la paradoja de Easterlin basada en la idea de que existe un punto de saciedad a partir del cual la felicidad deja de aumentar con la renta. Esta hipótesis implica que, a partir de un determinado nivel de desarrollo, la felicidad promedio de un país dejaría de aumentar. Asimismo, en la comparación entre individuos, el impacto de un aumento de la renta sería nulo a partir de cierto umbral de renta. El estudio de Stevenson y Wolfers analiza esta cuestión con detenimiento, usando varias bases de datos y puntos de saciación distintos, y encuentran que un aumento proporcional de renta produce el mismo impacto sobre la felicidad de un país o un individuo, independientemente del nivel de renta de estos. La conclusión, por tanto, es que no hay evidencia de que tal punto de saciedad exista. Cabe mencionar, sin embargo, que este análisis mide la felicidad según la satisfacción vital. Kahneman y Deaton,5 en un estudio solamente para EE. UU., diferencian entre la satisfacción vital y el bienestar emocional, que se refiere a la calidad emocional de las experiencias diarias de un individuo. Mientras que la primera muestra una relación claramente positiva con la renta, el bienestar emocional alcanza un nivel máximo alrededor de los 75.000 dólares. Este resultado se encuentra para las tres medidas de bienestar emocional analizadas y que se refieren a la intensidad y a la frecuencia con que los individuos experimentan goce o alegría (afecto positivo), tristeza o preocupación, y estrés.

Una vez revisados de forma más o menos exhaustiva los estudios que analizan la relación entre felicidad y renta, el reto pendiente es el de reconciliar los resultados empíricos aparentemente contradictorios que, por un lado, revelan un aumento de la felicidad con la renta entre países y entre individuos, y las comparaciones temporales, que muestran que el nivel de felicidad promedio de un país se mantiene constante a lo largo del tiempo a pesar del progreso económico experimentado. La respuesta generalmente aceptada a esta cuestión es que la valoración subjetiva que uno hace de su nivel de renta depende de su situación en relación con un grupo de referencia. Es decir, la felicidad no depende del nivel absoluto de ingresos de una persona, sino de cómo se compara con el de otras personas (comparación social) o con su propio pasado (hábitos).6 Ello, por construcción, limita la validez de las comparaciones a lo largo del tiempo. La idea es muy intuitiva: si la norma social de referencia fueran las condiciones de vida de hace 200 años, posiblemente todos nos situaríamos hoy en día en un escalón mucho más alto en la escalera de la satisfacción vital, puesto que el nivel de vida promedio de hoy supera con creces el de los más ricos de antaño. Así, aunque un aumento de los ingresos a lo largo del tiempo tiene un impacto positivo sobre la felicidad, existen otros efectos indirectos operando en sentido contrario. De este modo, el efecto final observado es que la felicidad promedio se mantiene relativamente estable a lo largo del tiempo a pesar del mejor nivel de vida del que goza la sociedad.

A modo de conclusión, una valoración global que se extrae de los estudios mencionados es que el uso de medidas agregadas de renta, como el PIB per cápita, para guiar las decisiones de política económica es lógico, teniendo en cuenta que la relación entre renta y felicidad es generalmente bastante estrecha. De todos modos, deben reconocerse también las limitaciones de tales medidas y la necesidad de tener en cuenta otros determinantes de bienestar y felicidad.

Judit Montoriol Garriga

Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank

1. Véase Easterlin, R. A., «Does Economic Growth Improve the Human Lot? Some Empirical Evidence», en David, P. A. y Reder, M. W. (eds.), «Nations and Households in Economic Growth: Essays in Honor of Moses Abramovitz» (Nueva York y Londres: Academic Press, 1974).

2. Nótese que la felicidad se mide a partir de una medida subjetiva en relación con las respuestas sobre la satisfacción con la vida, como, por ejemplo, la escalera de Cantril. Véase el artículo «¿Es usted feliz? La felicidad y el ser humano» de este mismo Dossier, en el que se explica con detalle el concepto de la felicidad y su medición.

3. Véase Easterlin, R. A. (1995), «Will Raising the Incomes of All Increase the Happiness of All», Journal of Economic Behavior & Organization, 27(1), p. 35-47.

4. Stevenson y Wolfers (2013), «Subjective Well-Being and Income: is There Any Evidence of Satiation?», American Economic Review, Papers & Proceedings, 103(3).

5. Véase Kahneman, D. y Deaton, A. (2010), «High income improves evaluation of life but not emotional well-being», PNAS, vol. 107.

6. Véase Clark, A. et al. (2008), «Relative Income, Happiness and Utility: An Explanation for the Easterlin Paradox and Other Puzzles», Journal of Economic Literature, vol. 46 (1).

Etiquetas:
Economía del comportamiento
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