¿Cómo afecta la desigualdad al crecimiento económico?
La relación entre el crecimiento económico y la desigualdad ha sido objeto de estudio por parte de los economistas desde hace más de un siglo. A pesar de ello, el debate sigue vivo y, tal como se explica en este artículo, la respuesta a la pregunta sobre cómo afecta la desigualdad de ingresos de los hogares al crecimiento económico de un país sigue sin ser evidente, tanto a nivel teórico como a nivel empírico.
A nivel global, se observa una relación negativa entre el nivel de desigualdad1 y el crecimiento económico (véase el primer gráfico). Pero, como el lector sabrá, la existencia de correlación no es evidencia de causalidad.
A nivel teórico, en los años cincuenta y sesenta, la visión prevalente era que una mayor desigualdad puede beneficiar al crecimiento a través, fundamentalmente, de dos mecanismos. El primero recoge la idea básica de que la desigualdad puede beneficiar al crecimiento económico en la medida que genere incentivos para trabajar e invertir más. Es decir, si la gente con mayor nivel de educación tiene mayor productividad, las diferencias en las tasas de retorno alentarán a más gente a conseguir un mayor nivel de educación. El segundo mecanismo a través del cual una mayor desigualdad puede conllevar mayores tasas de crecimiento es a través de una mayor inversión, dado que los grupos de ingresos altos suelen tener una mayor propensión a ahorrar e invertir.
De manera más tardía, fueron surgiendo nuevas voces que alertaban de los efectos negativos de la desigualdad sobre el crecimiento.
Uno de los argumentos principales sugiere que una mayor desigualdad puede reducir las oportunidades profesionales de los grupos de la sociedad más desaventajados y, por lo tanto, la movilidad social, lo que limita el crecimiento potencial de la economía. En particular, un mayor nivel de desigualdad puede llevar a menores inversiones en capital humano por parte de los individuos de rentas más bajas si, por ejemplo, no hay un sistema de educación pública o de becas adecuado. Por ello, los países con mayor nivel de desigualdad suelen tener menores niveles de movilidad social entre generaciones (véase el segundo gráfico).
Paralelamente, una mayor desigualdad puede afectar negativamente al crecimiento si, por ejemplo, fomenta políticas populistas (véase el artículo «Desigualdad y populismo: mitos y realidades» en este Dossier). En la misma línea, otra fuente de debate es si un aumento de la desigualdad puede generar un incremento excesivo del crédito que acabe frenando el crecimiento (véase el artículo «¿La desigualdad puede causar una crisis financiera?» en este Dossier).
Más allá del marco teórico, muchos autores han intentado aportar evidencia empírica de los efectos de la desigualdad sobre el crecimiento económico. Sin embargo, los resultados no son siempre concluyentes. Ello es debido a que es difícil aislar el impacto de la desigualdad sobre el crecimiento económico, del impacto de otros factores que lo pueden estar influyendo de forma simultánea. De hecho, esta es la principal crítica a los estudios empíricos basados en regresiones de crecimiento a nivel de país y que se comentan a continuación, por lo que los resultados se deben interpretar con cautela.2
De manera general, se puede afirmar que no existe un mecanismo único y transversal que pueda explicar la relación entre desigualdad y crecimiento, sino que esta relación puede ser cambiante. De todas formas, se observa un patrón relativamente generalizado, en función del nivel de desarrollo de una economía. Así, cuando una economía se encuentra en un estadio de desarrollo inicial, el retorno del capital físico suele ser mayor al retorno que ofrece el capital humano y, por tanto, una mayor desigualdad puede generar mayor crecimiento. Sin embargo, cuando el desarrollo de una economía ya está en fases más avanzadas, el retorno del capital físico suele disminuir y el del capital humano acostumbra a aumentar, por lo que aumentos de la desigualdad pueden afectar negativamente al crecimiento.3
Un estudio reciente del FMI4 sugiere que un incremento en la desigualdad resulta perjudicial para el crecimiento económico. A modo de ejemplo, la relación histórica (1980-2012) observada entre la desigualdad y el crecimiento en los 159 países analizados muestra que si la proporción de la renta que percibe el 20% de la población con mayores ingresos aumenta en 1 p. p. (la desigualdad incrementa), el crecimiento del PIB se ralentiza en 0,08 p. p. en los siguientes cinco años. Por el contrario, si la participación en la renta del 20% más pobre de la población incrementa en 1 p. p. (se reduce la desigualdad), el crecimiento del PIB es 0,38 p. p. superior en los siguientes cinco años en promedio.
En la misma línea, un estudio de la OCDE5 estima que un incremento del coeficiente de Gini de tres puntos (que coincide con el aumento promedio registrado en los países de la OCDE en las dos últimas décadas) tendría un impacto negativo sobre el crecimiento económico de 0,35 p. p. por año durante 25 años, lo que representa una pérdida acumulada del 8,5% del PIB. El estudio, además, muestra que la desigualdad que afecta a los individuos de renta más baja (aquellos individuos situados en la parte baja de la distribución de ingresos) es la que más negativamente repercute en el crecimiento. Así, por ejemplo, si se equiparase la desigualdad de la parte baja de la distribución del Reino Unido a la de Francia o la de EE. UU. a países como Japón o Australia, el crecimiento anual promedio del PIB mejoraría en casi 0,3 p. p. en los siguientes 25 años, lo que supondría un aumento acumulado del PIB superior al 7%.6 De nuevo, cabe recordar que estas estimaciones son ilustrativas y no deben interpretarse como el efecto causal de un cambio de la desigualdad en el crecimiento de cada país.
Finalmente, el informe concluye que uno de los canales clave a través del cual la desigualdad frena el desempeño económico es mediante la disminución de las oportunidades de inversión, principalmente en educación, de los segmentos de población más pobres. De hecho, la movilidad social ha sufrido un deterioro importante en países como EE. UU., donde el porcentaje de hijos con ingresos superiores a los de sus padres se ha reducido desde el 90% para la cohorte de 1940 hasta el 50% para las personas nacidas en los ochenta.7
Precisamente, la menor movilidad social puede ser un reflejo del incremento de la desigualdad. En efecto, diferentes estudios empíricos muestran que existe una relación negativa entre la desigualdad y la movilidad social (véase el segundo gráfico), que se explica porque la desigualdad, especialmente si se da en la parte baja de la distribución, disminuye las oportunidades de inversión en educación de la población menos favorecida, que es el principal canal de movilidad ascendente.8 España no es ninguna excepción: los universitarios con orígenes sociales más bajos registran tasas de acceso a las ocupaciones profesionales y directivas 14 veces superiores a quienes no completaron educación secundaria (véase el tercer gráfico).9
A modo de conclusión, cabe destacar que, si bien la desigualdad es un fenómeno hasta cierto punto inevitable en las economías modernas, la evidencia empírica más reciente sugiere que disminuirla, especialmente en la parte baja de la distribución, es positivo no solo en términos de justicia social sino también en términos de crecimiento económico.
Anna Campos
Departamento de Macroeconomía, Área de Planificación Estratégica y Estudios, CaixaBank
1. Usualmente medido a través del índice de Gini, véase el artículo «¿Cada vez más desiguales? La evolución reciente de la desigualdad» en este Dossier.
2. Véase Durlauf, S. N. (2009), «The Rise and Fall of Cross-Country Growth Regressions», History of Political Economy.
3. Véase Kuznets, S. (1955), «Economic Growth and Income Inequality», American Economic Review.
4. Véase Dabla-Norris, E. et al. (2015), «Causes and Consequences of Income Inequality: A Global Perspective», FMI.
5. Véase OCDE (2014), «Focus on Inequality and Growth».
6. Véase Cingano, F. (2014), «Trends in Income Inequality and its Impact on Economic Growth», OCDE.
7. Véase Chetty, R. et al. (2016), «The Fading American Dream: Trends in Absolute Income Mobility Since 1940», NBER Working Paper.
8. Se asocian, por ejemplo, a una mayor tasa de abandono escolar. Véase Kearney, M. S. y Levine, P. B. (2016), «Income Inequality, Social Mobility, and the Decision to Drop Out of High School,» Brookings Papers on Economic Activity.
9. Véase Requena, M. (2016), «El ascensor social, ¿hasta qué punto una mejor educación garantiza una mejor posición social?», Observatorio social de ”la Caixa”.