Ante la debilidad de la demanda interna prevista para los próximos años, toda la atención se centra en el comportamiento del sector exportador español. Su dinamismo marcará la capacidad de recuperación de la economía. Sin duda, en un mercado cada vez más globalizado, la ganancia de competitividad será un factor clave para el impulso de las exportaciones. Tras años de marcado deterioro, recientemente se han observado avances en este sentido. Pero el recorrido de mejora de la competitividad es aún amplio. ¿Hasta dónde pueden impulsar las exportaciones estas ganancias de competitividad?
Los indicadores de competitividad más frecuentes suelen computarse a partir de la evolución de los precios o de los costes laborales por unidad de producto. Un aumento de estas variables por encima del registrado en el resto de economías deteriora la capacidad de exportar de un país y facilita la entrada de productos extranjeros en su mercado doméstico. Como consecuencia, su relevancia en el comercio internacional se puede ver reducida a largo plazo.
Este fue el caso de la competitividad española a partir de su incorporación a la zona del euro. Como muestra el gráfico siguiente de la izquierda, tanto los índices basados en la evolución relativa de los precios como de los costes coinciden en apuntar hacia una clara pérdida de competitividad respecto al resto de países de la Unión Monetaria Europea (UME) entre 1999 y 2008. Sin embargo, se observan diferencias entre ellos. Concretamente, la evolución de los costes laborales unitarios (CLU) relativos manifiesta una mayor volatilidad que la de los indicadores de precios. Por lo que respecta a estos últimos, se aprecia un incremento del precio de los bienes españoles un 10% superior al de los europeos hasta 2008. Este diferencial se redujo hasta el 5% en el caso del precio de los productos exportados, por lo que la pérdida de competitividad de los bienes no comercializables fue mayor que la de los comercializables durante los años de expansión.
Es por ello que, ante la importancia de poder reflejar con mayor precisión la competitividad real de una economía, algunos estudios proponen el uso de medidas de competitividad desagregadas que permitan tener en cuenta la distinta composición de los bienes comercializados.(1) Al mismo tiempo, otros procedimientos permiten refinar el cálculo de competitividad al distinguir los destinos de las exportaciones de un país y sus competidores en ellos. Este es el caso de los tipos de cambio efectivos reales que ponderan los precios –o los costes– relativos y los tipos de cambio en función de la presencia de cada país en los principales destinos exportadores. La evolución de estas medidas de mayor complejidad también muestra una pérdida de competitividad durante gran parte de la década pasada.
Pero, en este contexto, no deja de sorprender la evolución relativamente favorable de la cuota de las exportaciones españolas en el conjunto del comercio mundial. Desde la incorporación a la Unión Monetaria Europea (UME), en 1999, la presencia exportadora de España en el comercio mundial se ha reducido en apenas 2 décimas para situarse en el 1,7%. Dicha contracción, cercana al 10%, fue prácticamente la mitad de la registrada por la cuota exportadora del conjunto de la zona del euro que, en 2011, se situaba en el 26,3% frente al 32,7% una década atrás. Este mejor comportamiento podría explicarse por la existencia de otros factores, además de la competitividad-precio, que también influyen en la cuota exportadora de un país tales como la calidad de sus exportaciones, la especialización sectorial o la destinación geográfica.
Este resultado, sin embargo, no debe ocultar que las ventas españolas al exterior siguen por debajo de su nivel potencial. Un claro ejemplo es el reducido peso de nuestras exportaciones de bienes con respecto al PIB, concretamente del 20,6% en 2011. Esta cifra es la menor entre las cuatro principales economías de la zona del euro, lejos del 43,0% que representa en Alemania o del 34,0% del conjunto de la unión monetaria.
El margen de crecimiento de nuestras exportaciones es, por lo tanto, amplio. Sin duda, una mejora de la competitividad ayudaría a ello. En efecto, según los principales modelos econométricos, la competitividad es, tras la evolución del comercio mundial, uno de los principales factores explicativos del comportamiento de las exportaciones españolas.(2) De hecho, según estas estimaciones, un incremento de la competitividad respecto a los países industriales, medida a través de la tasa de cambio efectiva real de los precios, de un 1% representa un aumento del nivel de las exportaciones reales a largo plazo entre el 0,6% y el 1,3%. Ello significa, por ejemplo, que si el índice de competitividad volviera al nivel precedente a la incorporación a la zona del euro, las exportaciones reales aumentarían entre el 8,4% y el 18,3% respecto al nivel de 2011. En este caso, el peso de las exportaciones de bienes se elevaría hasta una horquilla comprendida entre el 22,3% y el 24,4% del PIB, un nivel superior al francés y a la par con el italiano.
Este escenario se basa en una mejora de la competitividad del 16% respecto al nivel de 2008. ¿Pero es posible una corrección de tal magnitud? Durante los últimos 50 años, se han observado importantes reducciones del índice de competitividad que, en algunos casos, superaron el 15%. En las ocasiones precedentes a la caída iniciada en 2008, estos descensos fueron el resultado de devaluaciones de la peseta, concretamente en 1967, 1979 y 1992. Sin embargo, las ganancias de competitividad fueron transitorias. A medio plazo eran neutralizadas por la elevada inflación resultante de la pérdida de valor de la moneda. Este fenómeno se observa claramente durante los años posteriores a las devaluaciones de 1967 y 1982. Tras la devaluación de 1995, en cambio, no se observa este efecto. La inflación controlada a niveles confortables debido, en gran parte, a la mayor disciplina fiscal explicaría esta diferencia.
Actualmente, la presencia de una política monetaria europea independiente no permite utilizar las devaluaciones como mecanismo de ganancia rápida de competitividad. Las reducciones del indicador son, en consecuencia, más lentas que anteriormente. El gráfico anterior así lo confirma. Entre 2008 y enero de 2012, la corrección del tipo de cambio efectivo fue del 5%, lejos de las caídas observadas anteriormente. Sin embargo, al responder a factores estructurales, probablemente el efecto de la corrección sea más duradero.
En definitiva, el margen de mejora es amplio. Sin embargo, para seguir avanzando en esta dirección es necesario emprender reformas estructurales. Los últimos informes de la Comisión Europea y del Fondo Monetario Internacional hacen especial hincapié en este aspecto. Entre las medidas que proponen destacan aquellas que aumentan la competencia en los mercados de bienes y de servicios, facilitan la reasignación de recursos hacia los sectores de bienes comercializables, potencian la innovación, ayudan al crecimiento de las empresas y eliminan fricciones en el mercado laboral. Sin duda no es una tarea fácil, pero sus beneficios, a través de la consolidación del sector exterior como motor económico del país, pueden ser muy elevados.
(1) Véanse Crespo Rodríguez, A et al. (2011), «Indicadores de actividad: la importancia de la asignación eficiente de los recursos», Banco de España, Boletín Económico Diciembre y De Broeck, M. et al. (2012), «Assessing Competitiveness Using Industry Unit Labor Costs: an Application to Slovakia». IMF Working Paper.
(2) Véase García C. et al. (2009), «Una actualización de las funciones de exportación e importación de la economía española», Banco de España. Documento de trabajo 0905.
Este recuadro ha sido elaborado por Joan Daniel Pina
Departamento de Economía Europea, Área de Estudios y Análisis Económico, "la Caixa"