El precio del petróleo es una variable clave para la economía mundial y por ello es fundamental entender cuáles son sus principales determinantes a medio plazo, así como su evolución tendencial a largo. A esta cuestión dedicamos el Dossier del Informe Mensual de este mes. Como sucede con otros productos que cumplen también una función de activo financiero, los economistas renunciamos a tratar de explicar los movimientos a muy corto plazo. Renuncia que es muestra de ignorancia, pero tal vez también de sabiduría.
A medio plazo, el precio del crudo sigue los denominados superciclos. Es decir, periodos de alza y descenso cuya duración global es de aproximadamente 10 o 15 años. En esencia, estos superciclos son el resultado de la diferencia que existe entre las respuestas a distintos horizontes temporales por parte de los agentes (productores y consumidores) ante un cambio inicial en el precio. A corto plazo, la reacción de ambos es moderada (esto es, oferta y demanda son relativamente inelásticas al precio), pero a medio plazo sí se modifican en profundidad los comportamientos de producción y consumo. Dicho de otro modo, los bajos precios pueden prolongarse por un tiempo, pero precisamente este fenómeno desata las fuerzas que provocan, al cabo de unos años, aumentos estructurales de demanda y descensos de la oferta, que acarrean alzas significativas del nivel de precios. En los últimos 45 años, hemos vivido dos fases de aumentos acusados del precio (1973-1980 y 2002-2011), dos fases de fuertes descensos (1980-1986 y 2011-2015) y una inusitada fase de estabilidad en niveles bajos (1986-2002). Este último periodo es testimonio del carácter oligopolístico del mercado internacional del crudo, un factor que también determina crucialmente su devenir. El superciclo se interrumpe si, en la fase de potencial escasez de producción, el cartel del petróleo pierde cohesión y esto impide que, ante la presión de la demanda, los productores respondan con limitaciones de oferta.
Desde la perspectiva del superciclo, el Dossier de este mes argumenta que nos encontramos probablemente en el tramo final de la caída de precios, que ha sido de aproximadamente un 75% desde máximos de 2011, una cifra similar a la de los años ochenta. Si la OPEP es capaz de restablecer cierto grado de disciplina interna bajo el liderazgo de Arabia Saudí, deberíamos registrar mayores niveles de precios en el futuro, recuperándose los 60 dólares a lo largo de los tres próximos ejercicios y superándose los 70 dentro de cinco.
Por lo que respecta al largo plazo, el análisis económico nos indica que deberíamos observar una tendencia al aumento del precio en términos reales, es decir, del precio relativo del petróleo en la economía. Un recurso agotable debiera encarecerse conforme se agotan sus existencias. En la práctica, el precio real del petróleo ha oscilado mucho a lo largo de las últimas décadas, como hemos dicho, pero curiosamente ha revertido hacia una media que se sitúa en aproximadamente 55 dólares (de poder adquisitivo actual). Cuatro décadas ya cualifican como largo plazo, pero las reservas de petróleo han resultado ser mayores de lo esperado y probablemente esto explica que la tendencia al alza del precio haya sido prácticamente inexistente en este pasado medio siglo.
Mirando al futuro, es probable que esa tendencia al alza tampoco acabe de manifestarse. No porque las reservas aún por descubrir sean gigantescas o porque se esperen grandes avances tecnológicos que permitan explotar las fuentes de petróleo de manera más eficiente. Lo que probablemente impedirá ese aumento del precio a largo plazo será el impacto ambiental del consumo de petróleo: si la humanidad desea cumplir sus objetivos de control de emisiones de CO2, una parte importante de las reservas aún no explotadas de combustibles fósiles serán, de hecho, inservibles. La competencia entre fuentes de energía está servida. Esto introduce un fuerte incentivo para que los países productores de petróleo intenten colocar a tiempo sus reservas en el mercado, renunciando a pactos monopolísticos prolongados que podrían no ser más que pan para hoy y hambre para pasado mañana.
Jordi Gual
Economista jefe
29 de febrero de 2016