Paul Krugman escribió a mediados de los noventa uno de sus primeros libros para el gran público, con el sugerente título de The Age of Diminished Expectations. Vista en perspectiva, aquella década fue buena para los EE. UU., y la era de las expectativas limitadas (así se tradujo el libro) de la que nos hablaba Krugman probablemente sea hoy, más que hace 20 años, una caracterización certera del ambiente en el mundo desarrollado.
Tras el mazazo que han supuesto la profundidad y la duración de la Gran Recesión y lo que está costando recuperar unas tasas brillantes de crecimiento, se ha instalado en las economías avanzadas un cierto pesimismo sobre el futuro. Muchos economistas interpretan los bajísimos tipos de interés reales actuales (y su prolongación en el futuro, que se descuenta en los mercados financieros) como indicadores de que estamos ante un estancamiento secular de los países desarrollados. Las expectativas son ciertamente limitadas, cuando no menguantes.
En parte, esas expectativas son una consecuencia lógica de la madurez que han alcanzado las economías más avanzadas del planeta. El progreso histórico de los países de la eurozona, por ejemplo, ha sido enorme. La generación de sus actuales jubilados ha presenciado cómo, a lo largo de su vida laboral, la renta media del país se multiplicaba por 3,3. Y los adultos que se jubilarán en la próxima década habrán visto cómo el nivel de vida del país se doblaba a lo largo de su etapa activa. Conforme un país progresa y se enriquece, es natural que la tasa de crecimiento se modere, puesto que se agotan las oportunidades de incorporar innovaciones y nuevas tecnologías a los procesos productivos.
Sin embargo, aunque tenga su lógica, no significa que este proceso no provoque un impacto profundo en nuestras sociedades. Al ritmo actual de crecimiento potencial esperado para los próximos años, la generación joven que se ha incorporado recientemente al mercado laboral solo puede aspirar a ver multiplicado por 1,5 el nivel de vida del país a lo largo de su vida laboral. Esta es, naturalmente, una cifra promedio que, al conjugarse con un entorno empresarial y laboral mucho más complejo, puede traducirse, ciertamente para muchas personas, en una era de expectativas limitadas. Muchos jóvenes no tienen claro que vayan a tener un nivel de vida superior al de sus padres.
En España, la reducción, generación a generación, del ritmo al que se ha ido mejorando el nivel de vida del país es aún más acelerada si cabe, puesto que la generación de los actuales jubilados consiguió enormes mejoras, al partir de un nivel muy bajo. Esa generación vio multiplicarse casi por seis el nivel de vida del país y más que doblarse el de sus hijos, mientras que los nietos (con las tendencias actuales), a lo sumo pueden aspirar a hacerlo por 1,5, como en el conjunto de la eurozona.
Estas perspectivas de crecimiento a largo plazo tienen serias implicaciones sociales y políticas. Por un lado, son fenómenos de fondo que ayudan a explicar las tensiones sociales y los radicalismos políticos que se observan en muchos países desarrollados. El estancamiento económico genera tensión, puesto que dificulta considerablemente las políticas de redistribución y atención social.
Desde el punto de vista de la política económica, por otro lado, el mundo desarrollado, y en especial Europa, no deben considerar ineludible ese marco de estancamiento. De hecho, con las tendencias actuales, si bien España y la eurozona esperan multiplicar su renta por 1,5 en la próxima generación, la expectativa estadounidense es de 1,8. Esta cifra tampoco es brillante, pero se sitúa solo 4 décimas por debajo de la que alcanzó la generación anterior, una muestra del liderazgo que ejercen los EE. UU. en la economía mundial.
Para evitar o aliviar el estancamiento secular, el reto es situarse en la frontera de la generación de nuevas tecnologías y disponer de un sistema productivo eficiente y flexible, que sea capaz de incorporar nuevos productos, nuevos servicios y nuevas industrias, y que todo ello se traduzca en un mayor bienestar para la población. Solo si Europa asume de verdad este reto conseguirá que termine esta era de expectativas limitadas y menguantes que puede parecer que nos ha tocado vivir.
Jordi Gual
Economista jefe
31 de octubre de 2015