Distribución de la renta: el lento declinar de las rentas del trabajo
Este nuevo Informe Mensual aborda una temática controvertida, que la larga crisis económica de la zona euro ha puesto de relieve y tiene serias implicaciones políticas: la tendencia continuada a una disminución de las rentas salariales frente a las rentas del capital. Los artículos del Dossier constatan la magnitud del fenómeno, distinguen sus componentes cíclico y tendencial, y exploran las explicaciones más plausibles, a la luz de los datos y de la teoría económica.
El análisis muestra que estamos ante un fenómeno importante, que no es consecuencia de la gran recesión, sino que fundamentalmente obedece a determinantes de largo plazo. Dos de ellos destacan: el proceso de cambio tecnológico, especialmente vinculado a la incorporación de las tecnologías de la información y la comunicación (TIC) a los procesos productivos; y la nueva ola de globalización, que ha permitido fragmentar las cadenas de valor a nivel planetario, poniendo a menudo en competencia directa a trabajadores de los países emergentes con sus homólogos de los países desarrollados. La nueva globalización es nueva, en parte, porque aprovecha precisamente las TIC. En cualquier caso, ambas tendencias reducen el peso de la retribución del factor trabajo en las economías avanzadas, y lo hacen no solo afectando a los trabajadores manuales vinculados al sector manufacturero, sino también a los trabajadores que conforman las clases medias, vinculados a servicios más o menos sencillos, que devienen deslocalizables.
El fenómeno tiene serias implicaciones sociales y, en conjunción con otras tendencias como los flujos migratorios y las crisis cíclicas prolongadas como la que estamos experimentando, es capaz de hacer zozobrar el sistema económico-político a menos que se planteen respuestas de política económica adecuadas. El análisis pormenorizado de la raíz del problema arroja algo de luz tanto sobre qué tipo de políticas deben adoptarse como, lo que no es menos importante, sobre aquellas políticas que es preciso evitar a toda costa.
Veamos primero las recomendaciones en negativo. La primera, obvia pero que merece la pena recordar, es que, a pesar de que el progreso tecnológico y la globalización están en la raíz del problema, ello no significa que sean tendencias contra las que se deba luchar desde la política económica. Aun si ello fuera posible, lo que es difícil en economías abiertas que forman parte de la Unión Europea, sería altamente desaconsejable, puesto que son fenómenos globalmente positivos para nuestras economías y el conjunto de ciudadanos. El reto es gestionar sus potenciales efectos adversos en algunos grupos sociales. Lo que tampoco constituye una política económica adecuada es instrumentar medidas de apoyo a los grupos afectados que sean puramente paliativas y no proporcionen a los ciudadanos los incentivos adecuados para afrontar la situación, tratar de adaptarse a ella y, a ser posible, revertirla. Es la diferencia entre las políticas pasivas y activas en el caso del mercado laboral y, en términos más generales, las políticas orientadas a la movilidad, flexibilidad y empleabilidad de las personas.
De hecho, si algo queda claro del estudio del fenómeno que nos ocupa es que su impacto en el tejido económico y social está estrechamente ligado a los niveles de educación y formación. La experiencia internacional de los países avanzados sugiere que cuanto más elevados son los estándares educativos de la población, más fácil es que las nuevas tecnologías, en lugar de sustituir el factor trabajo lo refuercen, mejorando su productividad y —como consecuencia— su renta. Dicho de otro modo, el factor trabajo resiste mucho mejor el desafío de la globalización si cuenta con un nivel educativo y tecnológico avanzado. Si es así, el desafío se torna oportunidad y una fuente de ganancias directas de la globalización. El trabajador tecnológicamente avanzado se beneficia de la globalización como consumidor, pero también como productor al poder acceder a unos mercados mucho más amplios.
En definitiva, las tendencias tecnológicas y de integración económica global constituyen una realidad inexorable. Si las sociedades occidentales no reaccionan con prontitud y determinación, la brecha de la renta entre los factores clásicos, el trabajo y el capital, puede incrementarse. Para que el factor trabajo no salga perdiendo, con los problemas sociales que ello puede comportar, es fundamental la acumulación de capital humano y, ligada a ella, la calidad de los sistemas educativos. Es urgente que la política educativa y, más ampliamente, la política económica estimulen este proceso de acumulación.
Jordi Gual
Economista Jefe
31 de enero de 2014