Análisis de coyuntura

Volatilidad en tiempos de incertidumbre

2025 se presenta como un año de cambios entre un mundo que no acaba de morir (globaliza­ción, multilateralismo, democracias liberales) y otro que no acaba de nacer y que nadie sabe cómo será.

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Diente de león. Photo by Oliver Hihn on Unsplash

A la espera de la publicación de los datos de crecimiento del 4T 2024, sin muchas novedades en la información económica publicada en las últimas semanas y con los mercados financieros manteniendo las inercias de finales del pasado año, toda la atención sigue centrada en los efectos sobre la economía mundial que supondrá el retorno de Donald Trump a la presidencia de EE. UU. El potencial disruptivo que puede suponer una combinación desequilibrada de algunas de las medidas que están encima de la mesa (aranceles, restricciones a la oferta laboral, expansión fiscal desordenada) se une a un entorno geopolítico mucho más complejo que el de hace cuatro años, conformando el mayor desafío para las previsiones económicas y financieras en mucho tiempo.

Sin embargo, también hay factores mitigantes de los escenarios de más riesgo a corto plazo, como la solidez que sigue mostrando la actividad estadounidense; los efectos positivos sobre la innovación de las políticas de desregulación; los tradicionales equilibrios del sistema político americano (la mayoría republicana en la Cámara de Representantes no deja de ser exigua); el perfil de algunos de los principales nombramientos de la nueva Administración, como el del secretario del Tesoro; la capacidad de la Fed de responder a cualquier aumento inesperado de los desequilibrios macroeconómicos, o el papel de contrapeso que pueden ejercer los mercados de bonos.

De momento, el veredicto de los mercados es que el crecimiento nominal a corto plazo mantendrá un elevado dinamismo. Pero, teniendo en cuenta la posición cíclica de la economía americana, la debilidad estriba en el lado de la inflación, lo que se está traduciendo en un aumento de los tipos de interés a corto y largo plazo (la rentabilidad del bono a 10 años se ha incrementado en más de 100 p. b. desde octubre), en el cambio de expectativas para los pró­­ximos movimientos de la Fed (ahora solo se descuenta plenamente una bajada más de los tipos de interés) y en una apreciación del dólar (7% en tipo de cambio efectivo) que compensaría parte de los potenciales efectos positivos de los aranceles sobre la balanza comercial.

Pero, pese a todo el ruido generado por la política de comunicación de la nueva Administración, los inversores parecen confiar en que el programa de política económica (Maganomics) se desplegará de forma razonablemente ordenada, sin un empeoramiento de la situación fiscal, con el crecimiento y el empleo como principales prioridades, mientras que la Fed permanecerá atenta a cualquier afectación de las expectativas de inflación. Siendo conscientes de que los equilibrios para conseguir todos esos objetivos pueden ser muy inestables, sobre todo teniendo en cuenta las exigentes valoraciones de algunos activos financieros. La parte positiva es que no tendremos que esperar mucho para despejar buena parte de las dudas que van a poner a prueba la solidez de la mayoría de las proyecciones económicas, ya de por sí amenazadas por alteraciones de los patrones y paradigmas de las últimas décadas, en un contexto sometido a un proceso continuo de cambio.

Por tanto, asistamos o no a un cambio de paradigma con la llegada de Trump al poder, 2025 será un año en el que se profundizará en el reordenamiento del proceso de globalización en el que está inmersa la economía internacional en el último lustro. Con el proteccionismo y la política industrial ganando protagonismo bajo el manto de ese nuevo concepto llamado autonomía estratégica abierta. Un año en el que otra vez será determinante la capacidad de cuestionar en cada momento los supuestos detrás de las proyecciones económicas y, por tanto, la capacidad de adaptación a cambios en el entorno y la flexibilidad a la hora de tomar decisiones de inversión. Un año de cambios, de transición entre un mundo que no acaba de morir (globalización, multilateralismo, democracias liberales) y otro que no acaba de nacer y que nadie sabe cómo será. El deseo es que cuando termine 2025 nos quedemos con la misma sensación que tuvimos en 2023 y 2024, cuando la realidad fue mucho mejor que los escenarios centrales de previsión a principios de año. Para ello es necesario confiar en la resiliencia demostrada por el ciclo de actividad desde la pandemia, así como en que la transaccionalidad en las relaciones económicas y comerciales se imponga sobre la ideo­­logía. Mientras tanto, el consejo es abrocharse los cinturones para navegar de forma segura la volatilidad en tiempos inciertos.

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Estados Unidos Geopolítica