El temor a la recesión impacta en los mercados financieros
El deterioro del sentimiento de los inversores continuó produciéndose a lo largo del mes de junio y comienzo de julio. El temor a una posible recesión económica, motivada por la dirección de la política monetaria y la persistencia de las presiones inflacionistas, se mantuvo entre los principales aspectos de preocupación de los inversores. El pesimismo fue ganando terreno a medida que el tono decepcionante de algunos datos macroeconómicos en las principales economías avanzadas contrastaba con la determinación de los responsables de sus políticas monetarias en mantener los planes de retirar los estímulos monetarios, relativamente rápida en el caso de la Fed. Aspectos como la recuperación de la actividad en China, tras el severo confinamiento de varias regiones en abril y mayo, apenas impidieron que el avance de la narrativa de recesión económica se trasladara a los mercados financieros y se materializara en un nuevo episodio de aversión al riesgo. De este modo, los mercados financieros globales concluyeron el 2T registrando su peor comportamiento desde marzo de 2020.
En su reunión de junio, la autoridad monetaria decidió subir los tipos de interés 75 p. b. hasta el intervalo del 1,50%-1,75%, el ajuste de mayor cuantía desde 1994. Aunque en el periodo entre reuniones varios miembros de la Fed habían expuesto la intención de subirlos 50 p. b., el alza del IPC en mayo (8,6% interanual) y el aumento de las expectativas inflacionistas justificó el mayor incremento de la tasa de los fed funds. A la vista del dot plot, los miembros considerarían apropiados incrementos similares para las próximas reuniones, con el objetivo de situar el tipo oficial por encima del 3% a finales de 2022 y sobre el 4% en 2023. Sin embargo, en las semanas posteriores, la defensa de Jerome Powell ante el Congreso estadounidense de la necesidad de seguir endureciendo las condiciones financieras para aplacar la inflación, a pesar de la debilidad percibida en algunos indicadores económicos, alimentó el miedo de los inversores a una recesión económica durante los próximos meses. Este giro en las expectativas supuso el descenso de la rentabilidad del bono a 10 años por debajo del 3% y la reducción de la pendiente de la curva de los treasuries.
En su reunión de junio, aunque no modificó los tipos de interés, el BCE adoptó varios cambios en las herramientas de política monetaria. De una parte, clarificó el forward guidance para los próximos meses. Se comprometió a subir los tipos en 25 p. b. en la reunión de julio, y posiblemente otros 25 p. b. en septiembre si las perspectivas sobre la inflación a medio plazo se mantenían elevadas, así como a anticipar una senda gradual pero sostenida de aumentos de los tipos en los próximos trimestres. De otra, la entidad confirmó el cese de las compras netas del APP a partir del 1 de julio, lo más pronto que permitía la comunicación expresada en reuniones anteriores. El tono hawkish de Christine Lagarde y la falta de detalles sobre posibles herramientas para evitar la fragmentación financiera de la eurozona incitaron el repunte de la rentabilidad de los bonos soberanos de la región, y en especial la de los países de la periferia. Ante la notable ampliación de las primas de riesgo de estos países, la autoridad monetaria se reunió de urgencia con el fin de abordar el planteamiento de una herramienta «antifragmentación» para salvaguardar la estabilidad financiera. Los inversores recibieron favorablemente el seguimiento del BCE y los diferenciales de la deuda se estrecharon, a pesar de no disponer de más detalles por parte de la entidad y bajo el incipiente deterioro de las expectativas de crecimiento de la eurozona.
El incremento de las restricciones en los flujos de gas natural ruso hacia Europa, en las últimas semanas de junio, aceleraron los temores de los inversores sobre el riesgo de recesión económica en la eurozona. Este aspecto, la debilidad observada en las encuestas de actividad de la región y el distinto ritmo de la normalización monetaria entre la eurozona y EE. UU. favorecieron la depreciación del euro frente al dólar hasta el nivel de los 1,02 dólares el 6 de julio, rango más bajo desde 2002. Asimismo, el perfil del dólar como activo refugio acrecentó su fortaleza respecto al resto de divisas del G-10 y de emergentes.
El riesgo a la recesión y la incertidumbre vinculada a la evolución de la guerra en Ucrania siguieron dominando sobre la evolución de los precios del petróleo y el gas natural europeo. La preocupación de los inversores sobre el impacto de la recesión económica en la demanda mundial de petróleo se impuso sobre las tensiones existentes por el lado de la oferta (protagonizadas por los límites a la producción de la OPEP y las sanciones de Occidente sobre el crudo ruso), y favorecieron el descenso de precio del barril de Brent hasta los 100 dólares, el 6 de julio. Sin embargo, en el caso del gas natural la reducción al 40% del flujo de gas ruso hacia Alemania, en la temporada de acumulación de inventarios, y las dudas sobre el futuro de su evolución de cara al invierno impulsaron el precio del gas natural TTF más de un 100% entre el 14 de junio y el 6 de julio.
El escenario de incertidumbre y volatilidad repercutió negativamente sobre los principales índices bursátiles, que en el caso del S&P 500 registró el peor semestre desde 1970, acumulando un descenso del 20% desde comienzos de año hasta el 6 de julio. La rotación de las carteras hacia valores más defensivos tampoco evitó que el EuroStoxx 50 concluyera el mes de junio con un saldo negativo cercano al 9%. El debilitamiento de los indicadores económicos, la retórica hawkish de los bancos centrales y la persistencia de los precios de las materias primas en niveles altos dieron pie a que muchas empresas cotizadas comenzaran a advertir del posible empeoramiento de sus márgenes en los próximos trimestres. De hecho, el consenso de analistas ha comenzado a ajustar a la baja sus previsiones de beneficios para los próximos trimestres, aspecto que también pesará sobre el ánimo inversor.