Análisis de coyuntura
Política monetaria

Viraje monetario

Las autoridades monetarias volverán a ser las protagonistas en los próximos meses, cuando se empiezan a detectar enfoques diferentes para abordar los nuevos riesgos.

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En el inicio del año, la economía mundial se vuelve a enfrentar a los efectos de una nueva mutación de la pandemia. Una vez más, las restricciones a determinadas actividades y los confinamientos amenazan con tener un impacto directo en el crecimiento, además del que se produce de forma indirecta a través del deterioro de las expectativas. Sin embargo, al igual que la virulencia del virus parece que va perdiendo intensidad con cada nueva ola, también los efectos potenciales sobre la actividad se van reduciendo paulatinamente. La adaptación de las decisiones de los agentes económicos a la nueva realidad dibujada por el coronavirus, la amplia cobertura proporcionada por las vacunas, el desarrollo de antivirales específicos para la COVID y el mantenimiento de la potencia de fuego de los instrumentos de política económica desplegados en la primavera de 2020 hacen pensar que esta vez se pueden minimizar los daños sobre la actividad. Y, aunque habrá que revisar a la baja las previsiones económicas para el 1T 2022, ómicron no debería cambiar en exceso la tendencia de fondo del ciclo de negocios y cabe esperar un efecto rebote a partir de la primavera.

Más importante será discernir si en 2022 veremos un punto de inflexión en tendencias presentes a lo largo del pasado año con potencial disruptivo sobre el escenario económico, como los problemas en las cadenas de suministros, las tensiones inflacionistas o las exigentes valoraciones en algunos segmentos de los mercados financieros. Todas ellas conciernen especialmente a los bancos centrales que, ya a finales de 2021, empezaron a adaptar su hoja de ruta a una nueva realidad en la que el intenso ascenso de la inflación ha constituido la mayor sorpresa macroeconómica al romper una inercia que se inició a principios de la década de los noventa. Lo cierto es que no cabe esperar cambios importantes en las dinámicas de precios al menos hasta la segunda parte del año. De hecho, en un momento en el que se detectaba cierta descongestión en transporte y logística, ómicron volverá a complicar la normalización en el funcionamiento de las cadenas de valor globales, provocará cambios en el patrón de consumo de las familias (más demanda de bienes duraderos y menos de servicios) y, en definitiva, dificultará el cierre de la brecha existente en la actualidad entre oferta y demanda. Y, cuanto más tiempo se mantenga esta anomalía presente en los últimos 12 meses, más difícil será revertir la escalada de precios.

Por tanto, en este contexto, las autoridades monetarias volverán a ser las protagonistas en los próximos meses, cuando se empiezan a detectar enfoques diferentes para abordar los nuevos riesgos entre aquellos obligados a responder de manera firme a cualquier señal de tensionamiento de precios (bancos centrales de países emergentes, con la excepción de Turquía), los que prefieren telegrafiar al mercado una senda de normalización monetaria a medio plazo que minimice el riesgo de que las expectativas de inflación se descontrolen (EE. UU., Reino Unido, Nueva Zelanda, Noruega, etc.) y, por último, los que mantienen la hipótesis de transitoriedad en el comportamiento reciente de los precios y no perciben la necesidad de ajustar las condiciones monetarias más allá de una adaptación de los programas de compras a la nueva realidad (BCE y Banco de Japón). Habrá que seguir de cerca los efectos que pueden provocar estas respuestas divergentes sobre los mercados financieros y, especialmente, sobre los tipos de cambio, cuando además durante el año se reabrirá el debate de cómo abordar la sostenibilidad fiscal de cara al futuro.

Es especialmente significativa la brecha que se empieza a abrir entre la Fed y el BCE, pues el banco central americano ha abandonado el supuesto de transitoriedad en el comportamiento de la inflación, acelerará el tapering para finalizar las compras de deuda pública en marzo y, probablemente, iniciará las subidas de tipos en junio de este año. Aunque quizás lo más significativo es que cinco miembros del Consejo de la Fed piensan que los tipos en 2024 se situarán por encima del nivel de equilibrio (2,5%), lo que refleja un aumento de la preocupación por el riesgo de efectos de segunda ronda sobre los precios de la mano de un mercado de trabajo tensionado. Este cambio en el enfoque del banco central más importante del mundo ha quedado diluido por el ruido provocado por la variante ómicron, pero sus efectos potenciales a medio plazo pueden ser más importantes que la última mutación de la COVID. Lo irónico es que solo año y medio después de que la nueva estrategia de política monetaria en EE. UU. intentara comprar flexibilidad para evitar endurecimientos indeseados de las condiciones monetarias, ahora parece que el péndulo de la preocupación ha cambiado de lado. Todo ello confiere aún más importancia a la política de comunicación de los bancos centrales en los próximos meses.

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